Muchos de los nicaragüenses que hoy odian todo lo que huele a sandinismo porque lo asocian al ahora gobierno de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, poco conocen los detalles de las historias y dramas -heroísmos incluidos- de quienes, como ellos, los críticos de ahora, pelearon con pasión y sin condiciones contra el status quo pre-sandinista, es decir el somocismo.
Aquella saga de soñadores empezó a gestionarse el 22 de agosto de 1978, cuando un comando del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) asaltó al Palacio Nacional y secuestró a funcionarios claves del gobierno de Anastasio Somoza Debayle, incluyendo a un primo hermano, Luis Pallais Debayle, hermano menor de mi padre y entonces presidente del Congreso.
El FSLN dejó ese día una huella que parecía indeleble en América Latina. Los movimientos insurgentes de carácter social y antimilitar –reprimidos y doblegados tras décadas de lucha con pocos éxitos- no habían tenido una saga parecida. Tras un espectacular tiroteo con la Guardia Nacional, en el que resultaron muertas cuatro personas, los sandinistas exigieron como condición para la liberación de los rehenes la libertad de todos los presos politicos, su traslado por avión a México, Venezuela y Cuba y diez millones de dólares.
Lo lograron todo. El mundo entero celebró la gesta. El FSLN había logrado unir a las izquierdas y las derechas del siglo XX. No fue poca cosa.
En Nicaragua por supuesto, el encanto de la mayoría también fue fulminante. Miles, de todos los signos políticos y clases sociales, se unieron a aquel movimiento abrumador liderado por guerrilleros que, tras un pasado marxista, agruparon entonces a casi toda la oposición activa al régimen del entonces odiado dictador Somoza DeBayle, cuyo padre había sido calificado por Estados Unidos como “a son of a bitch but our son of a bitch”.
Mi hermano Marcel, militante sandinista e idealista hegeliano de 24 años y sobrino de Anastasio Somoza DeBayle, fue uno de miles que respondieron a aquel llamado de sirena. El encantamiento duró poco. Fue asesinado en Managua el 4 de octubre de 1979 en circunstancias hasta hoy misteriosas.
Yo vivía en Nueva York entonces pero no –como lee un reportaje publicado en Magazine de La Prensa- porque estaba huyendo de la revolución sandinista que triunfó en Nicaragua en 1979. Todo lo contrario. Vivía ahí desde mucho antes porque opté por ser libre de mis ataduras familiares en Nicaragua, las mismas que, en mi opinión, terminaron matando a mi hermano, lo haya asesinado quien haya tenido esa osadía.
Porque, como mi hermano –aunque nunca con su entrega-, yo simpatizaba con los sandinistas de entonces. ¿Quién no? Quizás solo los que se refugiaron en Estados Unidos después del llamado triunfo del FSLN en julio de 1979.
Los nicaragüenses que hoy odian todo lo que huele a sandinismo porque lo asocian con el ahora gobierno de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, poco conocen los detalles de las historias y dramas -heroísmos incluidos- de quienes, como ellos ahora, pelearon con pasión y sin condiciones contra el status quo pre-sandinista.
Aquella saga de soñadores se gestó el 22 de agosto de 1978, cuando un comando del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) asaltó al Palacio Nacional y secuestró a funcionarios claves del gobierno de Anastasio Somoza Debayle, incluyendo a un primo hermano, Luis Pallais Debayle, hermano menoe de mi padre y entonces presidente del Congreso.
El FSLN dejó ese día una huella que parecía indeleble en América Latina. Los movimientos insurgentes de carácter social y antimilitar –reprimidos y doblegados tras décadas de lucha con pocos éxitos- no habían tenido una saga parecida. Tras un espectacular tiroteo con la Guardia Nacional, en el que resultaron muertas cuatro personas, los sandinistas exigieron como condición para la liberación de los rehenes la libertad de todos los presos politicos, su traslado por avión a México, Venezuela y Cuba y diez millones de dólares.
Lo lograron todo. El mundo entero celebró la gesta. El FSLN había logrado unir a las izquierdas y las derechas del siglo XX. No fue poca cosa.
En Nicaragua por supuesto, el encanto de la mayoría también fue fulminante. Miles, de todos los signos políticos y clases sociales, se unieron a aquel movimiento abrumador liderado por guerrilleros que, tras un pasado marxista, agruparon entonces a casi toda la oposición activa al régimen del entonces odiado dictador Somoza DeBayle, cuyo padre había sido calificado por Estados Unidos como “a son of a bitch but our son of a bitch”.
Mi hermano Marcel, militante sandinista e idealista hegeliano de 24 años sobrino de Somoza DeBayle, fue uno miles que respondieron a aquel llamado de sirena. El encantamiento duró poco. Fue asesinado en Managua el 4 de octubre de 1979 en circunstancias hasta hoy misteriosas.
Yo vivía en Nueva York entonces pero no –como lee el reportaje en Magazine de La Prensa- porque estaba huyendo de la revolución sandinista que triunfó en Nicaragua en 1979. Todo lo contrario. Vivía ahí porque opté por ser libre de mis ataduras familiares en Nicaragua, las mismas que, en mi opinión, terminaron matando a mi hermano.
Porque, como mi hermano –aunque nunca con su entrega-, yo simpatizaba con los sandinistas de entonces. ¿Quién no? Quizás solo los que se refugiaron en Estados Unidos, incluyendo los familiares cercanos de Somoza Debayle, entre quienes estaba mi propio padre.
Ante la noticia del asesinato de mi hermano, el 5 de Octubre de 1979, viajé a Nicaragua desde Nueva York donde vivía. Lo encontraron muerto, me dijeron –ajusticiado, en un predio en Managua- menos de tres meses después del triunfo de la Revolución Sandinista en la que él creyó y la que apoyó aunque se mantuvo leal a mi padre.
Hasta el día de hoy, casi 40 años después, no está claro quién lo asesinó. El dolor que produce no saber quien lo mató lo he superado, hasta cierto punto. Pero mis padres murieron sin saber a ciencia cierta quien fue la mano que le quitó la vida y porqué lo hizo. Claro, ambos tenían teorías.
Mi madre, quien falleció en 2006, nunca se recuperó de esa tragedia. No tengo claro quien fue el responsable para ella, sospecho que culpaba a los “sandinistas”. Lo que sí recuerdo es que cuando llegó a Managua para el funeral, un par de policías jóvenes le demostraron como habían matado a su hijo y ella, no aguantó mas. Y nos tuvimos de que ir de Managua. Todo fue demasiado para ella. Ya había escuchado a Tomas Borge en el entierro de su hijo vociferar: “Marcel fue como una flor limpia en el zacate sucio”.
Mi padre, separado de mi madre cuando mataron a Marcel, tampoco superó esa pérdida. Para él, Marcel era un genio, el perfecto, al que debió darle mas atención. Solo le faltó creerlo santo pero no estuvo lejos. Y para él, los sandinistas fueron los responsables de su asesinato, igual que para mi hermano Noel. Solo mi hermana Desirée y yo desconfiamos de las versiones que siempre han circulado.
Es decir, no hubo juez ni jurado ni fiscalía encargada de investigar y encontrar al culpable. En la Nicaragua sandinista de entonces luego de su triunfo, la verdad oficial era una. La que circulaba el gobierno. Y era la versión que nosotros los periodistas, citábamos en nuestros despachos.
Hoy, el responsable del asesinato de mi hermano sigue siento un misterio. ¿El Chino Negro (versión sandinista)? ¿Un comandante sandinista porque se enteró que Marcel sabía que los sandinistas –no Somoza Debayle- mataron a Pedro Joaquín Chamorro? Nunca lo sabremos a ciencia cierta en mi opinión.
Y ese misterio me recuerda a los asesinatos del 2017. Aunque por supuesto, en el caso de los asesinados entonces (las cifras varían), hay evidencia de la CIDH y del GIEI de que la mayoría fueron víctimas de la violencia estatal, policial y/o para militares. El gobierno nicaragüense tiene otros datos que hacen colisión con esos, lo que no sorprende.
En el caso del asesinato de mi hermano, la única versión difundida de manera amplia fue la oficinal ---es decir, la del gobierno sandinista.
Pero la otra versión –que lo mataron porque había obtenido información de los asesinos de Pedro Joaquín Chamorro, en la que ellos aseguraban que detrás del asesinato estuvo la mano sandinista- es la que los que desconfían de los sandinistas sostienen. Era la versión que defendió mi padre hasta su muerte.
Pienso que los nicaraguenses deben de exigir –instaurar, promover, crear- un poder judicial, un sistema legal independiente, soberano, no partidista que NO permita mas impunidad. Una comisión de la verdad urge. Que no haya más asesinatos que queden en el misterio. Que eso sea cosa del pasado. Y esa es una asignatura pendiente para cerrar heridas aún abiertas.
En Nicaragua por supuesto, el encanto de la mayoría también fue fulminante. Miles, de todos los signos políticos y clases sociales, se unieron a aquel movimiento abrumador liderado por guerrilleros que, tras un pasado marxista, agruparon entonces a casi toda la oposición activa al régimen del entonces odiado dictador Somoza DeBayle, cuyo padre había sido calificado por Estados Unidos como “a son of a bitch but our son of a bitch”.
Mi hermano Marcel, militante sandinista e idealista hegeliano de 24 años sobrino de Somoza DeBayle, fue uno miles que respondieron a aquel llamado de sirena. El encantamiento duró poco. Fue asesinado en Managua el 4 de octubre de 1979 en circunstancias hasta hoy misteriosas.
Yo vivía en Nueva York entonces pero no –como lee el reportaje en Magazine de La Prensa- porque estaba huyendo de la revolución sandinista que triunfó en Nicaragua en 1979. Todo lo contrario. Vivía ahí porque opté por ser libre de mis ataduras familiares en Nicaragua, las mismas que, en mi opinión, terminaron matando a mi hermano.
Porque, como mi hermano –aunque nunca con su entrega-, yo simpatizaba con los sandinistas de entonces. ¿Quién no? Quizás solo los que se refugiaron en Estados Unidos, incluyendo los familiares cercanos de Somoza Debayle, entre quienes estaba mi propio padre.
Ante la noticia del asesinato de mi hermano, el 5 de Octubre de 1979, viajé a Nicaragua desde Nueva York donde vivía. Lo encontraron muerto, me dijeron –ajusticiado, en un predio en Managua- menos de tres meses después del triunfo de la Revolución Sandinista en la que él creyó y la que apoyó aunque se mantuvo leal a mi padre.
Hasta el día de hoy, casi 40 años después, no está claro quién lo asesinó. El dolor que produce no saber quien lo mató lo he superado, hasta cierto punto. Pero mis padres murieron sin saber a ciencia cierta quien fue la mano que le quitó la vida y porqué lo hizo. Claro, ambos tenían teorías.
Mi madre, quien falleció en 2006, nunca se recuperó de esa tragedia. No tengo claro quien fue el responsable para ella, sospecho que culpaba a los “sandinistas”. Lo que sí recuerdo es que cuando llegó a Managua para el funeral, un par de policías jóvenes le demostraron como habían matado a su hijo y ella, no aguantó mas. Y nos tuvimos de que ir de Managua. Todo fue demasiado para ella. Ya había escuchado a Tomas Borge en el entierro de su hijo vociferar: “Marcel fue como una flor limpia en el zacate sucio”.
Mi padre, separado de mi madre cuando mataron a Marcel, tampoco superó esa pérdida. Para él, Marcel era un genio, el perfecto, al que debió darle mas atención. Solo le faltó creerlo santo pero no estuvo lejos. Y para él, los sandinistas fueron los responsables de su asesinato, igual que para mi hermano Noel. Solo mi hermana Desirée y yo desconfiamos de las versiones que siempre han circulado.
Es decir, no hubo juez ni jurado ni fiscalía encargada de investigar y encontrar al culpable. En la Nicaragua sandinista de entonces luego de su triunfo, la verdad oficial era una. La que circulaba el gobierno. Y era la versión que nosotros los periodistas, citábamos en nuestros despachos.
Hoy, el responsable del asesinato de mi hermano sigue siento un misterio. ¿El Chino Negro (versión sandinista)? ¿Un comandante sandinista porque se enteró que Marcel sabía que los sandinistas –no Somoza Debayle- mataron a Pedro Joaquín Chamorro? Nunca lo sabremos a ciencia cierta en mi opinión.
Y ese misterio me recuerda a los asesinatos del 2017. Aunque por supuesto, en el caso de los asesinados entonces (las cifras varían), hay evidencia de la CIDH y del GIEI de que la mayoría fueron víctimas de la violencia estatal, policial y/o para militares. El gobierno nicaragüense tiene otros datos que hacen colisión con esos, lo que no sorprende.
En el caso del asesinato de mi hermano, la única versión difundida de manera amplia fue la oficinal ---es decir, la del gobierno sandinista.
Pero la otra versión –que lo mataron porque había obtenido información de los asesinos de Pedro Joaquín Chamorro, en la que ellos aseguraban que detrás del asesinato estuvo la mano sandinista- es la que los que desconfían de los sandinistas sostienen. Era la versión que defendió mi padre hasta su muerte.
Pienso que los nicaraguenses deben de exigir –instaurar, promover, crear- un poder judicial, un sistema legal independiente, soberano, no partidista que NO permita mas impunidad. Una comisión de la verdad urge. Que no haya más asesinatos que queden en el misterio. Que eso sea cosa del pasado. Y esa es una asignatura pendiente para cerrar heridas aún abiertas.
incluyendo los familiares cercanos de Somoza Debayle, entre quienes estaba mi propio padre.
Ante la noticia del asesinato de mi hermano, el 5 de Octubre de 1979, viajé a Nicaragua desde Nueva York donde vivía. Lo encontraron muerto, me dijeron –ajusticiado, en un predio en Managua- menos de tres meses después del triunfo de la Revolución Sandinista en la que él creyó y la que apoyó aunque se mantuvo leal a mi padre.
Hasta el día de hoy, casi 40 años después, no está claro quién lo asesinó. El dolor que produce no saber quien lo mató lo he superado, hasta cierto punto. Pero mis padres murieron sin saber a ciencia cierta quien fue la mano que le quitó la vida y porqué lo hizo. Claro, ambos tenían teorías.
Mi madre, quien falleció en 2006, nunca se recuperó de esa tragedia. No tengo claro quien fue el responsable para ella, sospecho que culpaba a los “sandinistas”. Lo que sí recuerdo es que cuando llegó a Managua para el funeral, un par de policías jóvenes le demostraron como habían matado a su hijo y ella, no aguantó mas. Y nos tuvimos de que ir de Managua. Todo fue demasiado para ella. Ya había escuchado a Tomas Borge en el entierro de su hijo vociferar: “Marcel fue como una flor limpia en el zacate sucio”.
Mi padre, separado de mi madre cuando mataron a Marcel, tampoco superó esa pérdida. Para él, Marcel era un genio, el perfecto, al que debió darle mas atención. Solo le faltó creerlo santo pero no estuvo lejos. Y para él, los sandinistas fueron los responsables de su asesinato, igual que para mi hermano Noel. Solo mi hermana Desirée y yo desconfiamos de las versiones que siempre han circulado.
Es decir, no hubo juez ni jurado ni fiscalía encargada de investigar y encontrar al culpable. En la Nicaragua sandinista de entonces luego de su triunfo, la verdad oficial era una. La que circulaba el gobierno. Y era la versión que nosotros los periodistas, citábamos en nuestros despachos.
Hoy, el responsable del asesinato de mi hermano sigue siento un misterio. ¿El Chino Negro (versión sandinista)? ¿Un comandante sandinista porque se enteró que Marcel sabía que los sandinistas –no Somoza Debayle- mataron a Pedro Joaquín Chamorro? Nunca lo sabremos a ciencia cierta en mi opinión.
Y ese misterio me recuerda a los asesinatos del 2017. Aunque por supuesto, en el caso de los asesinados entonces (las cifras varían), hay evidencia de la CIDH y del GIEI de que la mayoría fueron víctimas de la violencia estatal, policial y/o para militares. El gobierno nicaragüense tiene otros datos que hacen colisión con esos, lo que no sorprende.
En el caso del asesinato de mi hermano, la única versión difundida de manera amplia fue la oficinal ---es decir, la del gobierno sandinista.
Pero la otra versión –que lo mataron porque había obtenido información de los asesinos de Pedro Joaquín Chamorro, en la que ellos aseguraban que detrás del asesinato estuvo la mano sandinista- es la que los que desconfían de los sandinistas sostienen. Era la versión que defendió mi padre hasta su muerte.
Pienso que los nicaraguenses deben de exigir –instaurar, promover, crear- un poder judicial, un sistema legal independiente, soberano, no partidista que NO permita mas impunidad. Una comisión de la verdad urge. Que no haya más asesinatos que queden en el misterio. Que eso sea cosa del pasado. Y esa es una asignatura pendiente para cerrar heridas aún abiertas.