sábado, octubre 23, 2004

La Antígona de Jean Anouilh



Antígona es la chica flaca que está sentada allí, callada. Piensa. Piensa que será Antígona dentro de un instante, que surgirá súbitamente de la flaca muchacha morena y reconcentrada a quién nadie tomaba en serio en la familia y que se erguirá sola frente al mundo, sola frente a Creón, su tío que es el rey. Piensa que va a morir, que es joven y que también a ella le habría gustado vivir. Pero no hay nada que hacer. Se llama Antígona y tendrá que desempeñar su papel hasta el fin.

Así lee el prólogo que, durante la ocupación alemana de Francia, escribió el dramaturgo francés Jean Anouilh (1910-1987) para su versión de Antígona, la hija de Edipo que invocó la validez de principios por encima de las leyes de los poderosos.
Quizá por contraste a las noticias que vemos en televisión y leemos en las diarios todos los días, ahora recuerdo esa leyenda griega que se convirtió para siempre en la consagración de una ley moral, inmutable y superior a cualquier moral social o política.
Son muchas, muchísimas, las versiones literarias y dramáticas posteriores a la de Sófocles sobre la joven Antígona, marcada por un destino trágico.
Pero mi preferida es la de Anouilh, donde el centro del problema se desplaza y gravita sobre la decisión condenatoria que dicta el rey Creón contra sus propios deseos. Antígona no duda: su papel es enterrar a su hermano Polínices, aunque sabe que su decisión la condenará a muerte por desacato.
La pequeña pero leal Antígona de Anouilh acepta su destino con resignación, con un amor profundo y entierra a su hermano: es lo que tiene que hacer, no como heroína sino como hermana. Sin duda hubiera preferido vivir, pero nunca a costa de ser mezquina y menos desleal a su sangre.
Al margen del contexto político en el Anouilh ubica su drama, la Antígona que dibuja es, primero que nada, una hermana, para quien la lealtad a ese vínculo filial es más poderoso que el miedo a morir.
Lo que este dramaturgo logra, con una habilidad deslumbrante, es una inversión de papeles. Antígona cumple su destino buscado y aceptado libremente: la única víctima de un destino que rechaza es precisamente Creón.
Como lo fue Melpómene para Hesiodo, Antígona lo es para Anouilh: la primera musa de la tragedia, y la más digna.