lunes, diciembre 27, 2004

Enrique Vila-Matas y su nueva novela



El protagonista de la próxima obra de Enrique Vila-Matas, uno de los narradores españoles más elogiados por la crítica nacional e internacional, galardonado con el Premio Herralde de Novela 2003 por El mal de Montano, es un escritor que se desaparece por un mes sin que nadie se percate de su ausencia, sin que nadie lo busque.
La soledad es uno de los temas preferidos del autor de El Viaje vertical, obra que le ganó el Premio Rómulo Gallegos, y no porque él se encuentre solo en la vida —“afortunadamente no lo estoy”, confesó a Crónica—, sino porque le preocupa que infinidad de gente pueda pasar muchos días sin que nadie se acuerde de ella.
Le pasó a Agatha Christie, recordó. La escritora un buen día decidió desaparecer, se registró en un hotel con un nombre falso y la encontraron hasta 11 días después.
“En mi caso el narrador también decide desaparecer y pasa un mes sin que lo busque nadie, sin recibir un solo email ni correspondencia alguna, y se da cuenta que a nadie le importa que haya desaparecido. Es el tema de la soledad, tema que me interesa como literato...”
Para identificarse con el personaje, su pasmosa imaginación burkiana lo obligó a viajar a Andalucía, donde, aseguró a Crónica, era improbable que alguien lo buscara.
Pero, como escribió Victoria de Stefano en El lugar del escritor: “Hay azares fruto de deliberaciones misteriosas que se resuelven en nuestra ignorancia y a nuestro favor”, y así le pasó a él.
“Una amiga de Barcelona se enteró que estaba ahí y me llamó. Ella no sabe que le estoy profundamente agradecido de que haya pensado en mí. Es importante esto. Porque pueden pasar muchos días sin que nadie te llame; sin que nadie piense en tí...”
Relajado, con el rostro plácido de un niño pícaro, el autor catalán conversó con Crónica hace unos días en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, a la que asistió como uno de los 50 autores de su país y donde participó en varios foros.
En la charla, además de adelantar el tema de la obra en la que está trabajando ahora, describió el proceso que sigue cada día:
“Todas las mañanas me despierto entre las siete y ocho de la mañana; después de tomar un café instantáneo y, como calentamiento, leo ensayos, y me muero de envidia de no haberlos escrito yo. No leo novelas, para no influenciarme. Después escribo entre diez y doce horas diarias”.
Tampoco ve televisión, aunque admitió que el aparato está siempre prendido en su casa; no es asiduo al cine, incluso una de sus obras se llama No voy al cine, de la que cuenta haber recibido una sola crítica que le advertía “usted se lo pierde”.
Antes de dedicarse a la literatura, Vila-Matas quiso ser torero. Tenía cuatro años.
“Mi madre me confeccionó un traje a la medida para que toreara frente a mis amigos en el pueblo de la Costa Brava donde vivíamos. Era verano e invitamos a cuatro o cinco amigos a merendar a cambio de que vieran la corrida. Lo que yo toreaba era una cabra disecada que había cazado mi abuelo hasta que apareció un perro en la plaza y salí corriendo... Los niños se molestaron muchísimo y ahí terminó mi carrera de torero”.
Con ese humor, que oscila entre lo fino y lo irónico, contó que fue luego de ese fracaso que inició su afición por la lectura; cuando buscaba estar solo y para lograrlo se refugiaba en las hojas de los libros, que al principio no leía, pero a fuerza de costumbre y de ver las letras, empezaron a gustarle.
Así, se convirtió en escritor, cuya prosa alada es altamente biográfica:
“Casi todos mis personajes son yo mismo. Mis novelas son de narrativa pensada, como ensayos mentales”.
Trabaja en un estudio con un gran ventanal que le permite apreciar Barcelona completa; al lado derecho escribe sobre una mesa que conserva desde hace años; sobre ésta la computadora y una varita mágica que le regaló una amiga medio bruja, que frota cuando empieza a escribir.
Pero su humor, aseguró, es mucho más “cervantino” que negro.
“Mi humor es muy cervantino, muy comprensivo con el género humano, con sus defectos... Yo me río de mi mismo y de los demás, de forma sana, no con mal humor.... Mi humor es casi involuntario. Yo creía que lo tenía todo el mundo, pensaba que todos eran así: que estaban de buen humor y un día descubrí que no todos eran así. Que hay quienes no tienen ningún humor... Yo no lo sabía...”
En todo caso, su prosa tiene un tono flemático que es inversamente proporcional a su agudeza irónica. Cobró notoriedad en Barcelona cuando la prensa descubrió que, ataviado con un abrigo rojo, se mezclaba entre la gente que transitaba en autobuses para escuchar los diálogos de los transeúntes y apropiarse de sus voces.
“Las conversaciones que escuchaba me parecían salidas de mis cuentos, aunque mucho más enloquecidas. Hasta que no pude hacerlo más. Barcelona es muy pequeña y los periodistas se enteraron de que yo, con mi abrigo rojo, me dedicaba a subir a los autobuses y escuchar a la gente. Y lo publicaron...“
Con cara de sorprendido, reflexionó:
“Siempre se ha dicho que yo soy raro, cosa que siempre he intentado refutar y finalmente, a través de dos amigos, han llegado a la conclusión de que no soy nada raro, sino que me suceden cosas raras”, y esos eventos extraordinarios pueden llegar a ser novelas, y en su caso, muy exitosas.