viernes, septiembre 16, 2005

De lo que nos estamos desayunando, por Leonel Arana Guzmán


Este artículo lo envió Leonel Arana Guzmán, un nicaragüense residente en Estados Unidos, en una lista Nicaragua-MNN-unsubscribe@yahoogroups.com que circula por correo electrónico. Me pareció que su reflexión vale la pena, y muy especialmente su comentario de que, a raíz del huracán Katrina, quedó en evidencia "que el Presidente Bush y su familia viven en otro planeta":

Ahora que ya han pasado algunos dias desde el inicio de la tragedia de New Orleans muchas de las circunstancias que nos afectan a todos y que estaban practicamente ocultas o por lo menos semi veladas han quedado ahora totalemente peladas, al descubierto ante la faz del mundo,de todos los que leen los diarios, ya sea el NY Times o el Washington Post, el Times Picayune del mismo N.O. o los mismísimos reductos de la extrema derecha como son el Christian Science Monitor y el Wall Street journal o simplemente ven el CNN o tienen Internet o un pariente que lo haga.

Entre lo que se ha hecho publico y hasta hace dos semanas no sabiamos a ciencia cierta que es importante que sepamos todos y no solamente los habitantes del Golfo se cuenta lo siguiente:

Que Homeland Security no sirve para nada y es mas bien un estorbo. Antes de Katrina todos creiamos que despues de 9/11 el gobierno al crear Homeland Security habia creado una organizacion eficiente capaz de canalizar todos los recursos de esta poderosa nacion ante una emergencia, o varias que se presentaran en forma simultanea. Katrina sin embargo nos ha abierto los ojos y ahora sabemos que HS no es mas que otra capa de burocracia sobre todas las burocracias que ya teniamos y peor aun, que es una burocracia ineficiente cuyos funcionarios no tienen ninguna preparacion en mitigacion de desastres ni en los principios basicos de organizacion y administracion, ya que la inmensa mayoria fueron nombrados simplemente porque durante la campaña electoral anduvieron haciendole propaganda al Presidente Bush.

Que FEMA, la Federal Emergency Management Agency, la agencia creada para directamente enfrentar las crisis que por su envergadura sobrepasen los recursos de un Estado o de un Condado no tiene clara su mision y que la Agencia ha sido usada por la Administracion Bush para darle huesos a sicofantes e incondicionales del Partido Republicano. Tal como pasa en HS, en FEMA los funcionarios estan alli por lamebotas, no por tener conocimientos y experiencias en desastres. Brown, el jefe de FEMA durante Katrina antes habia manejado una feria de caballos y sus lugartenientes tenian menos experiencia que él.

El ejemplo clásico de tanta ineptitud se dio cuando un alcalde de una ciudad innundada logro comunicarse con FEMA usando un telefono de emergencia para pedirles auxilio , diciendoles que llegaran pronto, que tenia el agua al pecho y que toda la ciudad habia sido arrasada por el mar. El funcionario de FEMA que tomó la llamada le dijo que ellos no atendian solicitudes verbales asi que pusiera su pedido por escrito o por lo menos por e-mail.

Otro ejemplo clásico de este caos se dió con la evacuación de N.O. El Alcalde Naggin le pidio a FEMA 500 buses para evacuar a la gente, pero FEMA le respondió que eso le tocaba a la ciudad. De nada le sirvió al Alcalde decir que no tenían choferes, que estos o se habían ahogado o habían huído que por favor le enviara los buses. FEMA contestó que ellos no habían planeado alquilar buses y qe en todo caso como FEMA ahora dependía de H.S. que se los pidiera a ellos.

Que el Presidente Bush y su familia viven en otro planeta. Ahora nos enteramos que ni el Presidente Bush ni su esposa Laura se dieron cuenta de que el huracan Katrina habia pasado por Miami, que despues se habia metido en el Golfo de Mexico y que al final de su curso habia pasado por N.O hasta dos dias despues, cuando ya la ciudad estaba innundada. Sucede que el Presidente se enorgullece de no ver los noticieros de TV y de no leer los diarios, porque tanta informacion dice el lo confunde.
Para complementar el aislamiento en que vive, sus ayudantes no se atreven a darle jamás malas noticias, ya que según dice Time cuando se las dan se pone sarcastico y agrede verbalmente al mensajero y por eso nadie se atrevía a llamarlo a Texas para decirle que debía recortar sus vacaciones y ver lo de N.O por lo cual fue solamente después de pasarse dos dias en discusiones entre ellos que decidieron que fuera el empleado más antiguo el que lo hiciera.

Eso explica porque el Presidente paso por N.O rumbo a Washington a 35 mil pies de altura en el Air Force One y no abrió la boca sobre la tragedia sino hasta 4 dias despues. Su esposa Laura estaba tan mal informada que dijo que ese huracan "Corina" habia sido serio.

Que la prioridad de la Administración Bush es hacerle la bolsa a Halliburton. Esta empresa directamente ligada al VP Cheney es como un gigantesco zopilote que esta siempre volando sobre el pais lista para dejarse caer cuando huele algo podrido y sacarnos la sangre. En la guerra de Irak son los encargados de venderle al ejercito los uniformes, la gasolina, la comida, reparar la infraestructura de ese pais y en fin de contratar, aunque no hacer lo que les caiga. No tienen ningún recurso propio por lo cual actúan simplemente como coimeros, cogen el contrato del gobierno sin licitacion previa y lo subcontratan por una fracción de su valor. En los primeros dias de la guerra recibieron un contrato por 500 millones para darle gasolina al ejercito pero como no tenian los recursos subcontraron todo con una empresa de Kuwait por 50 millones y se embolsaron la diferencia. Los kuwaities fueron, vieron que era peligroso y a su vez subcontrataron con una empresa del mismo Irak que acepto hacerlo por 5 millones.

En N.O. se repitio el patron de comportamiento y ya Bush les autorizó contratos por miles de millones para reparar las instalaciones militares y los diques, sacar el agua, quitar el lodo, recoger los muertos, etc...sin licitacion de por medio y sin ver si Halliburton tiene o no los recursos para hacer algo de eso. El lema parece ser, lo que no es nuestro hagamoslo fiesta.

jueves, septiembre 15, 2005

El Chief de Claudette





El Chief de Claudette

Detuvo el viento, condensó el aire y se adueñó del único haz de luz que brotaba de un pequeño vidrio mal cubierto. Todo lucía opaco, menos él.

Su presencia le robó el brillo a la casa, a los espejos, a las lámparas venecianas, a las sillas art-decó, a los cubiertos de plata con mangos de marfil. El reloj antiguo dejó de sonar, los teléfonos de repicar.

La niña apenas pudo distinguir que en las repisas de las vitrinas y en las cristaleras habían bandejas con dulces, pasteles, frutas frescas.

Los amplios ventanales que daban al jardín estaban clausurados por cortinas de terciopelo rojo; imposible ver las llamas que habrían dejado de desplazarse con garbo, ni la aracanga prisionera en una jaula de bambú, ni las rosas que ella había plantado o las hojas de los árboles que, desnudas de viento, estarían embrujadas en una inmovilidad perfecta.

Dentro y fuera de su casa, la llegada de su legendario tío lo paralizó todo. No en balde le llamaban El Chief.

Como imágenes de un retrato de familia captado por una cámara indiferente, Graciela su madre, de pie entre floreros de cristal de bohemia adornados con claveles y rosas blancas, parecía una estatua de cera; y Ernesto su padre, también de pie, casi tan alto como el legendario visitante, parecía un niño asustado a su lado.

“Ven acá, Princesa, siéntate con tu tío".

Hipnotizada por la cercanía de ese personaje de imponente estampa ataviado de impecable traje militar, Claudette bajó las escaleras de mármol.

Se detuvo en el último escalón. Dibujó la mejor de sus sonrisas y le hizo una pequeña reverencia.

Anastasio Somoza García alargó sus brazos buscando un abrazo y, casi susurrando con una ternura para ella sin precedentes, le dijo:

“Eres más linda que una Princesa. Así te imaginaba, muñeca".

Despedía el olor de los leones, ese olor abrasador, que más que olor es dominio. Igual que los leones, su presencia era inmensa, temible pero adorable.

Apenas tenía labios y masticaba un gruesísimo puro apagado. Era casi totalmente calvo. Una enorme nariz le saltaba en el rostro como estilete deforme, que le permitía respirar no sin cierta dificultad, en un juego silencioso en el que sus diminutos ojos de color indefinido, escondidos bajo escasas cejas grisáceas que habían vivido mejores tiempos, se apropiaban del mundo, protegidos por su mirada de flecha.

Solitaria en ese rostro vetusto, su sonrisa era un pequeño gesto de una ternura amplia.

“Te va a encantar Nicaragua. Es cálido, verde, la gente siempre sonríe contenta, como tú, muñeca".

Sentado en el sillón favorito de su padre, la tuvo sobre sus piernas un buen rato, mirándola con esa misteriosa ternura que ella decidió era patrimonio de los poderosos, de los reyes y seguro que también de los leones con sus crías.

Nunca se había sentido tan protegida, tan a gusto, sentada allí, entre sus rodillas musculosas, mientras él jugaba con uno de sus rizos engomados, con esas sus manos estilizadas, casi femeninas. Parecían de seda, pensó marvillada.

Quizá él adivinó lo que ella estaba pensando.

“Oculta en mi guante de seda tengo una mano de hierro", le dijo, y soltó una carcajada inmensa.

La risa le brotaba palpitante, como una resonancia de su bienestar biológico, el de su sangre.

“Te estaremos esperando con una gran fiesta y así será tu vida en Nicaragua --te lo promete tu Tío Tacho Viejo".

Con la arrolladora impertinencia de los niños, Claudette rompió el embrujo de su monólogo, haciéndole el lugar común de una pregunta:

“¿Por qué te llaman El Chief, si tu nombre es Anastasio?”

La tenía clausurada entre sus piernas. Dejó de reír y su expresión se volvió entre melancólica y desafiante, una extraña combinación de las dos.

“Nadie me lo había preguntado antes. Creo que tiene que ver con la leyenda de mis tres pes: plata al amigo, plomo al enemigo y palo al indiferente. Pero es sólo una leyenda y te debe de tener sin cuidado".

La tuvo sin cuidado, en efecto. Prefirió no distraerse con lo que no entendía. Simplemente lo ignoró. Posiblemente él lo notó e intentó explicarse.

“Soy una leyenda, muñeca. Desde hace mucho, demasiado tiempo, soy el protagonista de una leyenda ancestral; de una raza triunfadora que me conoce como El Jefe, El Chief, en español y en inglés, así como hablamos todos en la familia; pésima costumbre, eso de hablar en dos idiomas, pero así somos".

Todas palabras que para ella sobraban. Ni las entendió, ni le interesaron. Estaba maravillada por el dominio que él había logrado con su sola presencia.

Acostumbrado a escucharse y que lo escucharan, él siguió hablando, ya no contestándole.

“Las cartas que me escribe tu padre en español son infames; las que escribe en inglés, perfectas. Se nota que desde niño estudió en Estados Unidos. Algún día todos podremos estudiar en Nicaragua y escribir bien en español. Por ahora, así somos: mitad en Estados Unidos, mitad en Nicaragua. Ya lo entenderás cuando llegues“.

Más palabras que cayeron en saco roto para ella, que seguía seducida por su pariente que vivía en un castillo en Nicaragua, donde había nacido su padre.

“Pero qué tanta palabrería. Si lo único importante es que vine a prometerte que tu tío Tacho Viejo --nunca El Chief para tí-- te resolverá todo siempre, aún después de muerto. Te doy mi palabra que nunca te faltará nada, que siempre serás feliz. Te lo mereces porque eres de mi sangre. Y eso no es leyenda, muñeca“.

Esas sí fueron palabras mayores que, al ritmo de un adagio perfecto, sellaron su destino sin que ella lo supiera entonces.

El Chief no se quedó mucho tiempo. No tomó té ni comió ninguno de los pastelitos que Graciela su madre había ordenado. Sólo pidió un vaso de agua, y nunca dejó de masticar su puro.

Parecía que había llegado con un sólo propósito y lo había logrado sin mayor esfuerzo --que su sobrina Claudette, de seis años recién cumplidos, se sintiera especial, única; que a él le debería todo, que de él dependería su felicidad y su futuro.

Esa misma noche, como si fuera la pregunta más inocente del mundo, la niña le preguntó a Margarita Debayle, su abuela paterna:

“¿El Tío Tacho Viejo es dueño de toda Nicaragua? ¿Todo es suyo?”

Otra persona se hubiera al menos asombrado con la pregunta de su nieta. Pero a la abuela le pareció lo más normal del mundo.

Estaba feliz de sentirla tan interesada por lo que “algún día podría ser tuyo”, le dijo.

El Chief era su cuñado -esposo de Salvadora (Yoya) Debayle, su hermana mayor-, y por ello, la abuela Margarita se sentía con derecho de dueña, o por lo menos de socia, de la Nicaragua del Tío Tacho Viejo.

Sin hacerse esperar, la abuela tomó un libro de notas y con una finísima pluma dorada antigua, escribió una lista de las propiedades de su “cuñadito”, que parecía saberse de memoria, para dársela a su nieta.

Según su lista, El Chief era dueño de compañías navieras, aéreas, marítimas, ganaderas, cafetaleras, pesqueras y mineras; tenía por lo menos tres fincas de café; era socio mayoritario de la distribuidora de vehículos Mercedes Benz, del único matadero del país y de otras empresas de pesca en una isla cercana a Nicaragua.

También era dueño de Aislite, la empresa que se dedicaba a fabricar poroplast; de Esinca, que elaboraba esponjas para la confección de camas y de Doresta, que distribuía las camas. Y le pertenecía la única cementera de Nicaragua; la única empresa fabricante de aluminio, persianas y cielos rasos; la única línea aérea nacional y la línea encargada del transporte de carga.

Habían más, muchas más que no recordaba en ese momento, pero la abuela le aseguró que el país le pertenecía a él y a su familia, que las incluía a ambas por supuesto. No faltaba más.

Autor: María Lourdes Pallais Copyright © 2005 - Todos los derechos reservados.

miércoles, septiembre 14, 2005

La sociedad civil necesita "un nuevo terremoto para despertar": Cuauhtemoc Abarca (en la foto)


¿Qué pasó con la sociedad civil y su poder transformador después del terremoto de 1985? Analistas y activistas opinan sobre el tema en esta nota.
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De los escombros del terremoto que sacudió la ciudad de México en 1985 y resquebrajó los cimientos de control del sistema surgió una nueva percepción del Estado y de las potencialidades transformadoras de una sociedad organizada que ahora parece haberse esfumado.
Una de las grandes herencias del sismo fue “la legitimación de la participación ciudadana y la conciencia de los derechos sobre la estructura clientelar y corporativa tradicional que mantenía el PRI,” asegura Marco Rascón, miembro y fundador del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Nadie olvida que, en efecto, la población se encargó del orden en la urbe y encabezó el rescate, mientras el gobierno federal se sumía en el desconcierto y la inactividad. Cientos de ONGs brotaron como hongos.
“La ciudad tomó conciencia de sí misma y avanzó de la emergencia a la reconstrucción hasta la conquista del gobierno propio,” reflexiona Rascón, fundador de la Asamblea de Barrios, una organización popular creada en 1985.
Surgió entonces una camada de líderes ajenos al PRI que, con el paso de los años, se convirtieron en dirigentes políticos y desempeñaron un papel central en la democratización de la Ciudad de México y el crecimiento de la izquierda partidaria.
“El sismo fue un parteaguas porque aparecieron fuerzas de izquierda urbanas que habían permanecido marginadas, que reafirmaron el protagonismo de la capital en el cambio,” recuerda Sergio Aguayo, de Alianza Cívica, una organización fundada en 1994 para fortalecer la participación ciudadana.
Así, la labor humanitaria se politizó y nació uno de los grandes mitos que alimentaron la conducta de la izquierda en el país: las potencialidades transformadoras de la sociedad civil.
A 20 años de distancia, los actores sociales fueron “cooptados” por el PRD capitalino o se incorporaron al gobierno del Presidente Vicente Fox con la expectativa de impulsar un cambio a profundidad que no se cumplió.
“El movimiento popular que creamos en 1985 fue cooptado en gran medida por el PRD,” que gobernó el DF desde 1997 hasta hoy, opina Cuauhtémoc Abarca, el activista ahora dedicado a labores sociales diversas.
Desde entonces, los partidos, incluyendo el PRD, se apropiaron, institucionalizaron y despojaron el “carácter independiente, dinámico y autosuficiente” del esquema de participación popular que surgió en el 85, secunda Rascón.
La población que, para fines de los 80, había alcanzado una elevada conciencia social y mantenía vínculos directos con la política económica, hoy sólo se preocupa por “el clientelismo o la filantropía,” reflexiona el otrora perredista.
“Muchos activistas se convirtieron en agentes inmobiliarios. Hay un proceso de despolitización y pérdida del prestigio que daba anteriormente ser un ciudadano conciente y participativo,” agrega.
En opinión de Aguayo, la sociedad civil “pierde referentes y claridad” en el año 2000 porque la gran mayoría de líderes que surgió poco después del sismo, se incorporó al nuevo gobierno bajo “supuestos equivocados.”
El presidencialismo y centralismo se resquebrajaron para dar lugar a “cacicazgos regionales y a una multiplicidad de pequeños presidentes,” alega Aguayo.
Si bien la sociedad civil sigue existiendo, no logra “dar el brinco a las condiciones creadas por la democracia, atrapada en la cultura de la denuncia y la incidencia del pasado,” añade el politólogo.
Hoy, cubierta bajo “un velo de amnesia” y sumergida “en un proceso de autocomplacencia peligroso”, la sociedad civil está “adormilada” y debilitada.
“Creo que necesita un nuevo terremoto para despertar,” sentencia Abarca.

“Qué lejos nos quedó el gobierno y qué cerca estuvo la gente”



Una nota en conmemoración de los 20 años del terremoto que azotó a la Ciudad de México en 1985.

A las 7 horas con 19 minutos del 19 de septiembre de 1985, un sismo de 8.1 grados en la escala de Richter, sorprendió a la aún soñolienta Ciudad de México, dejando una secuela de dolor, de destrucción y de recuerdos imborrables en la metrópolis y sus habitantes.
“Todo se cayó frente a mis ojos, en cámara lenta, en otra dimensión. El tránsito se detuvo. Los pájaros dejaron de cantar y los perros de ladrar,” recuerda Cuauhtémoc Abarca, residente de Tlatelolco y fundador de una brigada que surgió de manera espontánea en esa zona, una de las más azotadas por el sismo.
“No olvido la imagen de un edificio derrumbándose como una maqueta gigantesca de cartón aplastada por una mano invisible,” cuenta el líder vecinal convertido en rescatista.
En la memoria de Socorro Viveros, una de miles de damnificados en el Centro Histórico, quedó grabado un ruido ensordecedor “como de bombardeos. Creí que eran tanques hasta que vi el techo de la cocina de mi casa desplomado y afuera, todas las viviendas destruidas”, recuerda.
Fueron dos minutos y medio de horror en los que 12 mil 700 edificios colapsaron, la mayoría en Tlatelolco, el Centro Histórico, Tepito, las colonias Roma, Doctores y Calzada de Tlálpan Norte.
“Después del primer impacto, salí a la calle y escuché los gritos desesperados de miles, corriendo sin rumbo y un ruido permanente en el fondo, como la sirena grave de un barco”, expresa Gerardo Arreola, entonces residente de una unidad en Tlatelolco que se partió por la mitad, como un abanico.
El terremoto arrojó un saldo de 45 mil muertos, de acuerdo con la Coordinadora Única de Damnificados (CUD), aunque oficialmente se reconocieron sólo 4 mil 541 víctimas.
“Las cifras oficiales fueron manejadas con mucha frivolidad. Buscaban maquillar la realidad. El gobierno quería pensar que mientras menos muertos hubieran, más exitosa parecería su actuación,” opina Abarca.
Para Marco Rascón, fundador de la Asamblea de Barrios de la Ciudad de México, el sismo evidenció la crisis del paternalismo del sistema, la ineficacia de la clase política y la impunidad gubernamental del gobierno del entonces Presidente Miguel de la Madrid.
A 20 años de distancia de aquella tragedia, aún se advierten tercas cicatrices.
Atrás de la Avenida Juárez, frente a La Alameda Central, permanecen algunos edificios en ruinas. Es penoso caminar por las calles interiores de Tlatelolco. El esplendor de aquellos magníficos edificios de vivienda se perdió para siempre por el evidente abandono de las autoridades y sus actuales moradores.
“Nosotros logramos reconstruir nuestra casa, pero queda la honda cicatriz de la muerte de tanta gente y la ingratitud del gobierno”, recuerda, en palabras entrecortadas, Doña Paula Viveros, de 77 años, madre de Socorro.
Para Arreola, el gobierno fue mucho más que ingrato. “Fue la corrupción, no el sismo” lo que causó la mayoría de los derrumbes, asegura el periodista.
Y es que nunca se procedió contra los responsables de los derrumbes que se hubieran evitado si los edificios hubieran sido contruidos conforme a las normas creadas tras otro sismo, en 1979, coinciden Abarca, Arreola y Rascón.
En México, aunque el Estado es responsable de garantizar una adecuada política de protección civil, no lo fue entonces, ni lo es ahora, recalca Arreola.
En su opinión, al menos en la capital, el sismo no logró crear “el nivel necesario de información oportuna, sistemas escalonados de alerta o métodos de evacuación segura para enfrentar catástrofes naturales”.
Arreola resume en una frase lo que, para él, fue la gran lección del terremoto: “qué lejos nos quedó el gobierno y qué cerca estuvo la gente.”