miércoles, septiembre 14, 2005

“Qué lejos nos quedó el gobierno y qué cerca estuvo la gente”



Una nota en conmemoración de los 20 años del terremoto que azotó a la Ciudad de México en 1985.

A las 7 horas con 19 minutos del 19 de septiembre de 1985, un sismo de 8.1 grados en la escala de Richter, sorprendió a la aún soñolienta Ciudad de México, dejando una secuela de dolor, de destrucción y de recuerdos imborrables en la metrópolis y sus habitantes.
“Todo se cayó frente a mis ojos, en cámara lenta, en otra dimensión. El tránsito se detuvo. Los pájaros dejaron de cantar y los perros de ladrar,” recuerda Cuauhtémoc Abarca, residente de Tlatelolco y fundador de una brigada que surgió de manera espontánea en esa zona, una de las más azotadas por el sismo.
“No olvido la imagen de un edificio derrumbándose como una maqueta gigantesca de cartón aplastada por una mano invisible,” cuenta el líder vecinal convertido en rescatista.
En la memoria de Socorro Viveros, una de miles de damnificados en el Centro Histórico, quedó grabado un ruido ensordecedor “como de bombardeos. Creí que eran tanques hasta que vi el techo de la cocina de mi casa desplomado y afuera, todas las viviendas destruidas”, recuerda.
Fueron dos minutos y medio de horror en los que 12 mil 700 edificios colapsaron, la mayoría en Tlatelolco, el Centro Histórico, Tepito, las colonias Roma, Doctores y Calzada de Tlálpan Norte.
“Después del primer impacto, salí a la calle y escuché los gritos desesperados de miles, corriendo sin rumbo y un ruido permanente en el fondo, como la sirena grave de un barco”, expresa Gerardo Arreola, entonces residente de una unidad en Tlatelolco que se partió por la mitad, como un abanico.
El terremoto arrojó un saldo de 45 mil muertos, de acuerdo con la Coordinadora Única de Damnificados (CUD), aunque oficialmente se reconocieron sólo 4 mil 541 víctimas.
“Las cifras oficiales fueron manejadas con mucha frivolidad. Buscaban maquillar la realidad. El gobierno quería pensar que mientras menos muertos hubieran, más exitosa parecería su actuación,” opina Abarca.
Para Marco Rascón, fundador de la Asamblea de Barrios de la Ciudad de México, el sismo evidenció la crisis del paternalismo del sistema, la ineficacia de la clase política y la impunidad gubernamental del gobierno del entonces Presidente Miguel de la Madrid.
A 20 años de distancia de aquella tragedia, aún se advierten tercas cicatrices.
Atrás de la Avenida Juárez, frente a La Alameda Central, permanecen algunos edificios en ruinas. Es penoso caminar por las calles interiores de Tlatelolco. El esplendor de aquellos magníficos edificios de vivienda se perdió para siempre por el evidente abandono de las autoridades y sus actuales moradores.
“Nosotros logramos reconstruir nuestra casa, pero queda la honda cicatriz de la muerte de tanta gente y la ingratitud del gobierno”, recuerda, en palabras entrecortadas, Doña Paula Viveros, de 77 años, madre de Socorro.
Para Arreola, el gobierno fue mucho más que ingrato. “Fue la corrupción, no el sismo” lo que causó la mayoría de los derrumbes, asegura el periodista.
Y es que nunca se procedió contra los responsables de los derrumbes que se hubieran evitado si los edificios hubieran sido contruidos conforme a las normas creadas tras otro sismo, en 1979, coinciden Abarca, Arreola y Rascón.
En México, aunque el Estado es responsable de garantizar una adecuada política de protección civil, no lo fue entonces, ni lo es ahora, recalca Arreola.
En su opinión, al menos en la capital, el sismo no logró crear “el nivel necesario de información oportuna, sistemas escalonados de alerta o métodos de evacuación segura para enfrentar catástrofes naturales”.
Arreola resume en una frase lo que, para él, fue la gran lección del terremoto: “qué lejos nos quedó el gobierno y qué cerca estuvo la gente.”

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