miércoles, mayo 16, 2018

La lucha interna de Daniel Ortega

La lucha interna de Daniel Ortega

Las protestas en las calles de Nicaragua acorralan al presidente

Era la madrugada del 26 de Febrero de 1990. Hacía un gélido frío artificial -típico de los aires acondicionados del trópico- en el Centro de Convenciones Olof Palme. La prensa local y extranjera, y simpatizantes de la Revolución Popular Sandinista, lucían angustiados y desvelados. El ambiente, lúgubre.
Rodeado de su entourage, un mustio y disciplinado comandante Daniel Ortega Saavedra, ataviado con jeans y blusa de campaña, cual “gallo ennavajado” -como le llamaba una popular canción de su propaganda electoral- entra al lugar en silencio.
Se sienta y lanza la noticia que tenía al mundo en vilo.

“Quiero expresarle a todos los nicaragüenses y a los pueblos del mundo que el presidente de Nicaragua, el pueblo de Nicaragua, va a acatar el mandato popular emanado por la votación en estas elecciones”.
Para el FSLN, 40,2% de los votos. Para la Alianza opositora UNO, con Violeta Barrios de Chamorro a la cabeza, 55,2%, una tajante victoria.
La decisión de aceptar el resultado electoral fue de la Dirección Nacional del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), pero Ortega (La Libertad, Nicaragua, 1945) era el presidente legítimo tras un triunfo electoral cinco años antes y se llevó las palmas.
Ha sido su momento público más luminoso y también el momento que empezó a librar su batalla interna.
Al día siguiente, un Ortega alterado se presentó en la oficina de Sergio Ramírez Mercado, su vicepresidente, hoy Premio Cervantes 2018. Era un error entregar el poder, le dijo. Así lo cuenta Ramírez en Adiós Muchachos, donde narra por qué se separó de sus antiguos compañeros.
Ortega no solo había perdido las elecciones, sino lo más importante, el poder revolucionario al estilo leninista.
Mientras el país se preparaba para una transición pacífica de un sistema totalitario a una democracia, Ortega empezaba su lucha por “gobernar desde abajo” y luego regresar al mando institucional como jefe de Estado.
Su conflicto interno entre el político conciliador y el guerrillero preso por siete años tras robar un banco como dirigente clandestino urbano contra la dictadura de Anastasio Somoza Debayle y finalmente liberado por sus compañeros sandinistas en 1974, había empezado.

Tras haber logrado reinstalarse como presidente de un régimen centralista y autoritario durante otros 11 años, Ortega parece acorralado entre su discurso de paz y la realidad en las calles, que ha dejado un saldo de al menos 40 víctimas mortales, la mayoría jóvenes pero también un periodista y –hasta donde se sabe- dos policías.
Con las instituciones y los poderes del Estado desmantelados, la oposición cooptada, el sistema autocrático estable que Ortega ha diseñado, de la mano de la empresa privada, y mantenido en gran parte por el generoso financiamiento venezolano, hoy parece a punto de colapsar.
Hasta hace unos dos años, Nicaragua era el paraíso de los inversionistas en Centroamérica; un país en paz, con seguridad y estabilidad económica. El único del istmo sin guerrillas urbanas ni violencia en las calles.
El mérito del Daniel pragmático fue diseñar un modelo de poder corporativista tras aprender “lecciones del gobierno de la revolución” y reconocer la existencia de “poderes fácticos”, reflexiona el periodista y analista Carlos Fernando Chamorro, ahora paladín de la libertad de prensa como su padre Pedro Joaquín Chamorro, y antes, director de Barricada, órgano oficial del FSLN en el poder.
Chamorro se refería a las alianzas con Estados Unidos, el “imperialismo” que Ortega y los sandinistas antes llamaban “enemigos de la humanidad”; la empresa privada, con la que hasta ahora, su Gobierno llevaba la fiesta en paz y prosperidad, y ahora la Iglesia, que a partir de las masacres que empezaron con una marcha pacífica el pasado 18 de abril, se ha convertido en un “aliado opositor”, convocando a la paz y al diálogo.
Fue al día siguiente de esa primera protesta de abril que estalló el “terremoto” provocado por un nuevo actor, el ahora llamado Movimiento Estudiantil 19 de Abril. Desde entonces, la paz “cristiana, solidaria y socialista” de la “dictadura familiar Ortega-Murillo” sufre su primera gran crisis, que tomó a todos, justos y pecadores, por sorpresa.
El detonante fue una reforma al sistema de salud que solo afecta a un 20% de la población económicamente activa, pero el anuncio sucedió tras una acumulación de agravios contra el Gobierno.
El desprecio oficial tras la quema de 6.000 hectáreas de bosques vírgenes de la Reserva Biológica Indio Maíz y el rechazo a recibir ayuda de bomberos de la vecina Costa Rica fueron los primeros temblores que sacudieron los cimientos del orteguismo.
No fueron los jóvenes ecologistas los primeros que sonaron las alarmas sísmicas.
Ya antes, grupos de campesinos se habían movilizado contra la construcción de un multimillonario canal interoceánico, proyecto que ahora tambalea. Algunos escucharon las alarmas dentro de Nicaragua y en el extranjero. Muchos más las difundieron en las redes sociales.
Para el FSLN controlado por Ortega desde su residencia en la Colonia del Carmen en Managua, antes propiedad del empresario Jaime Morales Carazo, todo lo que sea contra su Gobierno es una “conspiración pagada por el imperialismo yanqui” promovida por sus secuaces en el Movimiento de Renovación Sandinista (MRS), creado por Ramírez y ahora en manos de sandinistas “no danielistas”.
Cuando las protestas inundaron las calles del país, también estalló la represión sin tregua de “una combinación de fuerzas paramilitares y una policía sin liderazgo institucional, no porque esté politizada, sino porque no tiene mando”, argumenta Chamorro.
Pero una ley reformada por Ortega en 2014 señala que el jefe supremo de la Policía, que junto con el Ejército era la joya de la corona de la transición en los 90, es Daniel Ortega.
Todo indica que la lucha interna de Ortega, quien hace muchos años reconoció que entraba al juego político en Nicaragua con reglas que no eran las suyas, siempre lo ha invadido.
La lucha interna de Daniel Ortega
No está claro si su estrafalaria esposa Rosario Murillo, ahora su asesora incondicional como vicepresidente, lo ha ayudado o todo lo contrario. Muchos sandinistas históricos, ahora sus opositores, aseguran que la lealtad de la Chayoa Daniel frente a las graves acusaciones de abuso sexual de su hija Zoilamérica Narváez Murillo, le facilitó obtener el poder del que ahora goza.
Sin duda la todavía poeta despliega un enorme protagonismo, ofensivo para muchos, tanto en el Gobierno, a lo interno del FSLN y en la sociedad civil. Llama la atención que ninguna autoridad se ha pronunciado contra la destrucción de las hasta ahora 11 estructuras metálicas -Chayopalos o Árboles de la Vida- que decoraban Managua, símbolo del poder de Ortega instalados por Murillo. La gente ha puesto plantas en su lugar.
“Ella será la cara pública, pero él toma las decisiones claves”, asegura una fuente política.
Para Murillo, como para muchos en el Gobierno, los responsables del estallido callejero contra la medida de salud fueron “mentes mezquinas, pequeñas”, “pandilleros financiados por la derecha” que buscan desestabilizar la sólida base popular que aún mantiene el gobierno.
Los nuevos actores, claves en esta tragedia, son estudiantes apartidistas que piden, ante y sobre todo, justicia de inmediato (una investigación imparcial con presencia internacional de la ONU, de la Comisión Internacional de Derechos Humanos y la creación de una Comisión de la Verdad independiente para investigar las muertes de sus compañeros) y elecciones adelantadas.
Tras las masacres aún sin investigar en su mayoría y las calles revueltas –los orteguistas han estado callados, pero sus vídeos en redes sociales han dejado claro que no están dispuestos a ceder “a la derecha”-, una salida pacífica solo sería viable si acepta un diálogo nacional con presencia internacional así como con notables no afines al Gobierno.
Opositores como Dora María Téllez, la legendaria comandante dos de la toma sandinista del Palacio Nacional en 1978, ahora integrante del MRS, asegura que Ortega nunca aceptará esa salida. “Si se sienta a dialogar sabe que entra a una situación terminal”.
El pasado miércoles 9 de mayo estalló una enorme marcha pacífica de cientos de miles de personas en la capital, Managua, donde la consigna fue la salida de Ortega y Murillo. La ausencia de policías fue notoria. No hubo violencia, mucho menos muertos o heridos.
La página del FSLN, 19 Digital, cuya voz de mando es Murillo, ha publicado fotos donde la bandera nacional azul y blanca se funde con la rojinegra, en lo que expertos en Photoshop aseguran es un retoque. En vídeos y fotos de medios independientes nicaragüenses (es decir, opositores a Ortega) así como de gente del común que asistió a la marcha, ha quedado claro que el color azul y blanco predominó por mucho.
A pesar del silencio de Ortega desde el pasado 30 abril, hay señales de que su Gobierno estaría dispuesto a aceptar algunas de las condiciones de los estudiantes. Pero no la salida de la pareja Ortega-Murillo. La Comisión de la Verdad oficial ha anunciado que incluirá a organismos internacionales de derechos humanos, incluyendo la CIDH, para que apoyen la investigación de los asesinatos.
“Una combinación de movilización, diálogo y presión internacional podría lograr [una transición pacífica]”, agrega Téllez.
Analistas locales aseguran que el presidente seguirá empeñado en “atornillarse” en el poder.
Si triunfa este escenario, la lucha interna de Ortega la habría ganado el guerrillero y dirigente urbano que lleva como segunda piel el todavía jefe del Estado.