lunes, julio 08, 2013

El Mandela que yo recuerdo: John Carlin

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EMEEQUIS | 08 de julio de 2013
El Nelson Mandela que yo recuerdo
El ser humano “más grandioso que haya jamás conocido”. Así dibuja a Nelson Mandela el periodista británico John Carlin, ganador del Premio Ortega y Gasset de Periodismo en 2008 y autor de El factor humano, uno de los libros más leídos sobre el político sudafricano que refundó un país destrozado por el apartheid, y que inspiró la película Invictus, dirigida por Clint Eastwood.
Por María Lourdes PaLLais • @mlpallais
John Carlin hace un retrato de Madiba
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EMEEQUIS | 08 de julio de 2013
En 1989, el diario británico The Independent trasladó a Carlin, su entonces corresponsal de guerra en Centroamérica, a Sudáfrica. El joven periodista bilingüe llegó a Johannesburgo aún seducido por Tomás Borge, entonces dirigente del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y secretario de Gobernación de la Nicaragua post somocista. Pero la imagen de guerrillero aguerrido y militante comprometido de este personaje se esfumó pronto.
El nicaragüense —reconvertido en “empresario” junto con otros líderes sandinistas tras la llamada “piñata” que se desató con la derrota electoral del FSLN— resultó un enano al lado de Mandela, a quien Carlin conoció el 11 de febrero de 1990, el mismo día en que el líder del Congreso Nacional Africano de 71 años fue puesto en libertad tras 27 años de cárcel.
Mabiba sale de la cárcel
A sus 33 años, John Carlin llegó a una Sudáfrica “donde la injusticia era mayor que en prácticamente cualquier país latinoamericano antes de las varias revoluciones que se dieron”. Ya Mandela había cumplido 26 años en prisión, tiempo que le sirvió para armar, con la genialidad que después desplegaría, el plan de conquista de sus enemigos, todos defensores del sistema de segregación racial que había impedido a la mayoría negra vivir con dignidad.
Un lustro después del traslado del reportero inglés de la patria de Rubén Darío a la de Mandela, el icónico líder anti-apartheid fue electo primer presidente de raza negra en la historia de Sudáfrica. Tenía entonces 75 años, era un anciano para muchos.
Edad biológica aparte, el reto de Madiba —como se le llama a Mandela, pater familias del clan del mismo nombre de la etnia xhosa— era gigantesco. Pocos, salvo sus carceleros y familiares, lo conocían en persona. Ya no quedaba nada del rostro enojado, que sólo a veces mostraba una leve sonrisa, del activista que los medios occidentales llamaban “terrorista”. Nada raro que el 5 de febrero de 1990, una semana antes de su liberación, la revista Time sacara en su portada el dibujo de un adulto mayor de raza negra que no se parecía ni remotamente al amigo de Oliver Tambo, figura central del Congreso Nacional Africano.
“En ese tiempo Mandela era un personaje casi mítico; todo el mundo clamaba por su liberación pero no teníamos idea cómo era físicamente. Si hubiera salido a pasear a la calle hubiera pasado desapercibido por mí y por todos. ¡Nadie lo conocía realmente!”, cuenta Carlin en charla exclusiva con emeequis desde su residencia en Londres.
La primera impresión que dejó el líder sudafricano en el corresponsal extranjero no fue la mejor. Hoy no es un secreto que Mandela dista de ser un orador del tamaño de Martín Luther King, pero en ese momento su primer discurso resultó desconcertante.
“Como muchos, pensé: ¿qué pasa si este hombre no está a la altura de las enormes expectativas que se ge-
neraron alrededor suyo? Podría resultar ser un anciano simpático, buena gente, aunque incapaz de liderar la complicadísima transición a la democracia, que era su declarado objetivo”.
La fórmula del éxito
No pasaron 24 horas para que Carlin se convenciera de que Mandela era un genio de la política. Fue en su primera rueda de prensa, a la mañana siguiente de su liberación, en el jardín de la casa del arzobispo Desmond Tutu, ubicada en las laderas de la famosa Table Mountain de Ciudad del Cabo.
“Quedé absolutamente convencido de que estaba ante la presencia del líder político, quizás el ser humano, más grandioso que conocería en toda mi vida”, recuerda el periodista. Y cuenta, emocionado, que logró hacerle una pregunta:
“No sé cómo me colé. Había como 200 periodistas y sólo podrían hacerse 10 preguntas. Era sabido que el plan de Mandela iba a ser negociar el final del apartheid e instalar un sistema democrático con el que por fin se acabaría la opresión de la mayoría. Le pregunté cuál iba a ser su fórmula. ‘Reconciliar las aspiraciones de los negros con los temores de los blancos’, me contestó’”.
Con esas palabras salió a la luz del mundo su “lucidez mental”, junto con su “encanto natural”.
Las anécdotas de aquella primera rueda de prensa se le acumulan a Carlin. Suelta:
“Un sudafricano blanco levantó la mano y se identificó como el periodista político del Die Burger, el diario insignia de la comunidad afrikáner holandesa, dueña del país en aquellos días. Todo el mundo dejó de respirar pensando cómo iba a reaccionar Mandela ante la pregunta de un hombre que representaba al sistema contra el que había luchado toda su vida. Mandela explotó en una enorme sonrisa: ‘¡Qué placer conocerle! Lo he estado leyendo con mucho interés durante años’. Su respuesta dio la pauta de la brillantez que iba a de- mostrar en los próximos años tratando con el enemigo”.
En efecto, continúa Carlin, a las pocas semanas Mandela se había ganado la simpatía de la gran mayoría de los periodistas afrikáner. “Se los metió en el bolsillo como se metió en el bolsillo a todas las personas con las que se reunió a lo largo de los siguientes años”.
Casi desde el primer segundo de ese encuentro, a Carlin, quien permaneció en Sudáfrica hasta 1995, le ganó la simpatía por el líder sudafricano. No era que hubiese perdido la llamada “objetividad periodística”, porque admite que nunca la practicó antes en su vida profesional.
Pero esto era algo más.
Parecía embrujo, y había afectado no sólo a sus colegas sino también a políticos que antes lo alucinaban, dice Carlin. Hace el recuento de algunas víctimas:
Neil Barnard, jefe de los servicios de inteligencia del apartheid. “Era un tipo bastante siniestro, que tuvo muchas reuniones (con Mandela). Cuando lo entrevisté siempre se refería a “the old man” (“el viejo”) como si estuviera hablando de su padre”.
Kobie Coetsee, ministro de Justicia. “Lloraba enfren- te mío recordando la grandeza de Mandela”.
El hechizo incluía, a decir de Carlin, a muchos otros líderes de la extrema derecha “que estaban planeando irse a la guerra literalmente contra el proyecto demo- crático (de Mandela) y acabaron rendidos a sus pies, hablando de él con afecto y veneración”.
la primera entrevista
Un mes después de que Nelson Mandela fue proclama- do presidente, el corrsponsal inglés consiguió entrevis- tarlo en las oficinas de su despacho en el Consejo Na- cional Africano, en Johannesburgo.
De esa primera de muchas charlas entre ambos, Car- lin recuerda sobre todo dos cosas: la presencia de Madiba y su capacidad de persuasión.
“La entrevista fue temprano porque era su costumbre levantarse a las cuatro de la mañana, con lo cual a las siete él ya tenía tres horas de haber empezado su día, mientras que nosotros llegábamos como cucarachas fumigadas a hablar con él”.
Lo que más le impresionó ese día, rememora el pe- riodista, fue “por un lado, su majestuosidad, su porte de rey, pero, al mismo tiempo, una curiosa y muy se- ductora mezcla, porque es muy campechano, hace bro- mas para que te sientas a gusto”.
El recién ex convicto estaba a punto de viajar a Lon- dres, la capital británica que había visitado por primera vez en 1961, y Carlin aprovechó para preguntarle cómo
creía que se iba a sentir ante el Parlamento, la Plaza de Trafalgar Square, el Big Ben. “Será mi orgullo”, contestó, luciendo una enorme sonrisa.
Y es que, le explicó Mandela, de niño había estudiado en una escuela de misioneros británicos metodistas que le enseñaron la historia, no de Sudáfrica, sino de Gran Bretaña, “por eso llegaba a Londres y veía símbolos pa- trios absolutamente reconocibles con los que él se identificaba de inmediato”.
El tema de fondo fue la escueta discusión que tuvieron sobre la política central del Consejo Nacional Africano, definida como “non racialism” (no racismo); o sea, la negación absoluta de la base del apartheid, que postulaba: las razas tienen características culturales distintas determinadas por factores hereditarios, lo que hace a unas superiores a otras, cosa que justifica el comportamiento abusivo o agresivo de una hacia la otra. Ese principio gobernó las vidas de los sudafricanos de raza negra durante medio siglo. A Carlin le parecía difícil que después de tantos años de opresión, los negros creyeran genuinamente que el mundo que ellos conocieron se había equivocado.
“Tajante, me dijo: ‘No, es usted el que se equivoca; nosotros somos la expresión de los sentimientos reales y auténticos de la gente y si tenemos esa política es porque responde a los sentimientos y los impulsos de nuestra población’”.
Con pocas palabras, Mandela decía mucho y lo decía bien.
"Señor Mandela, lo llama la reina de Inglaterra"
Carlin define a Mandela como un gran seductor. Si fue capaz de seducir al ex general que estuvo a punto de irse a la guerra en su contra, podía ganarse a cualquiera, exclama con una sonrisa cómplice el periodista del otro lado de la pantalla del ordenador.
“Ser un político perfecto y un gran seductor van de la mano. Un político es por definición un seductor. Un político tiene que conquistar tu mente y tu corazón, persuadirte de que sus ideas son las buenas y que lo sigas. Eso es lo que busca cualquier político. Y por eso digo que Mandela es un genio de la política. Tiene esos atributos a la máxima expresión”.
Para ilustrar esa capacidad del “mesías de Sudáfrica”, Carlin cuenta la estrecha relación que fraguó con la reina de Inglaterra, a quien llama Elizabeth.
“Sospecho que es la única persona en el mundo con la posible —repito, posible— excepción del príncipe Felipe su esposo, que llama a la reina de Inglaterra ‘Elizabeth’ sin que ella se ofenda o lo mande a la Torre de Londres para que le corten la cabeza”.
Isabel II no es legendaria por su calidez, al contrario. “Es una señora con una reputación de ser bastante fría y distante. Pero con Mandela tiene una relación de cuates”, dice el periodista cuyas fuentes parecen estar siempre en el lugar preciso y en el momento indicado.
Narra un episodio que le filtró un testigo, cuando Mandela ya era ex presidente: “Llegando al aeropuerto de Londres, desde el taxi, llama a su amiga la reina. Y ella le dice ‘¿Por qué no vienes a tomar té conmigo en Palacio?’. Mandela llega al Palacio de Buckingham y, como es su costumbre, aunque esté con el papa o con la reina, siempre presenta a la gente que lo acompaña... Pues están los amigos en Buckingham tomando té y ella le pregunta dónde está hospedado. ‘En el hotel Dorchester —le dice él—, donde siempre’. La reina le dice ‘No, no. Te tienes que quedar aquí, conmigo. Aquí está tu Dorchester’. Con lo cual el equipo que lo acompañaba tuvo que ir a recoger su cepillo de dientes y su pijama para trasladarlo al Buckingham Palace, a casa de su amiga la reina”.
Con un tono de felicidad casi infantil ante sus propias reminiscencias sobre Mandela, a quien evidentemente admira —confiesa— “casi como a un padre”, Carlin ofrece otra viñeta que ilustra la relación entre la soberana británica y el político sudafricano.
“Hará 10 años, estaba un amigo cenando con su esposa en casa de Mandela y llega una empleada doméstica con el teléfono. ‘Señor Mandela, es la reina de Inglaterra’. Y enfrente de mi amigo, Mandela toma el teléfono y dice ‘¡Ah, Elizabeth, hola! ¿Cómo estás? ¿Cómo están los chicos?’”.
Carlin no termina de contar una historia cuando le asalta otra, esta vez una que le contó una embajadora europea presente en un encuentro entre la reina, de entonces 82 años, y su cuate de 89, durante una Cumbre de la Mancomunidad Británica, después de no verse un par de años. “Él le dice a ella: ‘Elizabeth, ¡te ves muy bien! ¿Cuál es tu secreto?’. Ella se alisa el cabello con un toque de coquetería y le contesta: ‘¿De verdad Nelson? ¿Lo dices en serio?’”.
¿La seducción de Mandela con la reina era una táctica política, o era real, sincera?, se le pregunta a Carlin. El ahora corresponsal itinerante del diario iberoamericano El País responde:
“Una vez estaba trabajando en un documental para PBS y salió este tema con los productores. La duda era si Mandela era un gran tipo generoso o si era tremenda- mente astuto y calculador. La respuesta del productor fue: ‘El tema con Mandela es que no puedes ver las fisuras. Hay una convergencia total entre el político zorro, calculador, visionario, estratégico y el ser humano que es por naturaleza tremendamente cortés, respetuoso y generoso con todo el mundo’. Esa convergencia de ca- sualidades lo convierten en un político espectacularmente eficaz”.
Un Coctel irresistible
Carlin, quien en las últimas semanas se ha visto asediado por colegas de varios países ante el inminente fallecimiento de Mandela —esta es su primera entrevista con un medio mexicano—, decide que ya tiene claro cuáles son las siete cualidades que convierten al líder sudafricano en un ser excepcional.
Y enumera lo que para él son los “ingredientes del coctel irresistible” en ese hombre capaz de convencer al oprimido de que una concesión puede ser una victoria:
Íntegro. Es coherente, tanto en su discurso (de-
fensor de la democracia, la igualdad, el respeto) como en su comportamiento privado, como persona.
1. Íntegro. Es coherente, tanto en su discurso (defensor de la democracia, la igualdad, el respeto) como en su comportamiento privado, como persona.
2. Hombre de principios. Sabe hasta dónde puede ceder y la línea que no va a cruzar.
3. Carismático, con una colosal confianza en sí mismo. Sabe que es grande. Entra en una habitación y sabe que va a caer bien. No tiene las dudas de los mortales.
4. Respetuoso y cortés con todo el mundo. Sabe que lo que la gente más quiere en esta vida es que lo traten con respeto. Mandela siempre lo hace.
5. Lúcido. Tiene una visión clara de su objetivo y de cómo llegar a él.
6. Preparado y estudioso. Cuando está negociando, conoce al rival mejor que el rival a él.
7.Empático. Posee la capacidad de ponerse en la piel del otro, de conocer sus temores, sus vanidades y sus virtudes.
Ni más ni menos. O sí: habría que añadir la humildad a las virtudes de Mandela.
“Cuando salió de la cárcel recorrió medio mundo y se quedó en los hoteles más lujosos, las residencias presidenciales sidenciales, pero fuera donde fuera, hacía su propia cama... Un caso fue en la suite presidencial de un hotel en China. Cuando entra la señora de la limpieza, se queda atónita al ver la cama hecha. Todos los esquemas confucianos de la mujer se derrumbaron ante este extraño acontecimiento. Mandela se enteró y le pidió disculpas. ‘Son costumbres que cargo desde la cárcel’, le explicó’”.
Imposible olvidar su genio para conciliar puntos de vista, razas, creencias, aquello que describe Carlin en El factor humano: su capacidad innata para reconciliar y ganar. Como lo hizo cuando transformó la Copa del Mundo de Rugby en 1995 —el evento deportivo más blanco en Sudáfrica, durante mucho tiempo el objetivo del boicot contra el apartheid— en una fiesta interracial.
La victoria del equipo sudafricano propició el abrazo entre negros y blancos en el ejemplo más inspirador que haya vivido el mundo hasta hoy.
Dos años antes ya había probado ese talento para unir conciencias.
“En abril de 1993 —rememora Carlin—, un año antes de las elecciones, cuando todavía se tambaleaba todo, asesinaron a Chris Hani, un destacado líder político negro y posible sucesor de Mandela. Estábamos al borde de la guerra civil. La paciencia infinita de los negros se había terminado, pensamos. Pero Mandela sale en cadena nacional esa noche y llama a la calma. Enfatiza que los asesinos de raza blanca y de extrema derecha fueron arrestados gracias a una vecina blanca de origen afrikáner que tomó nota de la licencia del coche. Resalta la valentía de la testigo, una mujer blanca, repite. ‘Le debemos un gran favor y recuerden que todos los blancos no son iguales’, dice. Y así reafirma el sendero de la paz”.
—¿Una palabra para definir a Mandela? —pregunta la reportera.
—Magnánimo —contesta el padre de James Nelson Carlin (James, por su padre y Nelson, por Mandela).
Carlin le roba la descripción a Desmond Tutu, “un tipo igual de fantástico que Mandela”.
el talón de aquiles
El talón de Aquiles
Desde que salió de la cárcel, Madiba parece estar siempre contento, satisfecho, con una enorme sonrisa y un brillo especial en los ojos. Por desgracia para su familia, posiblemente sea porque su lucha es lo que más ama en la vida. No su familia. Su vida privada ha sido su lado flaco.
Como muchos personajes que se dedican a la lucha política, Nelson Mandela se vio obligado a tomar una decisión fundamental: dedicarse a la causa o a su familia. Las dos cosas sencillamente no le fueron posibles.
Estuvo literalmente ausente de ellos durante 27 años. En la cárcel. Perdió tres hijos. Tuvo dos divorcios.
En su autobiografía El largo camino hacia la libertad, Mandela menciona la pena que sintió al no poder acudir al entierro de su madre, y reconoce sentirse culpable por anteponer la lucha política contra el régimen racista del apartheid a su familia.
“¿Tomé la buena decisión poniendo el bienestar del pueblo antes que a mi familia?”, se pregunta Madiba. “No se puede ese grado de compromiso total con
una causa tan absorbente como la lucha contra el apartheid y ser un buen padre de familia y esposo. El optó por lo primero”, argumenta Carlin.
Y continúa con otra anécdota: “Dos o tres años des- pués de su liberación, acompaña a un nieto de unos 20 años a comprar su primer coche. Llegan al lugar de la mano —costumbre muy habitual entre africanos— y de repente la gente ve a Mandela y enloquece. Una multi- tud lo absorbe, el abuelo le suelta la mano al nieto y éste se queda solo mientras Mandela es rodeado. Esa imagen es la metáfora de su elección lucha-familia”.
La Sudáfrica post Mabiba
Hoy, en Sudáfrica, una de cada cuatro personas está desempleada y más de un millón vive en chozas. Transparencia Internacional ubicó al país en 2012 en un índice de corrupción de 4.3, empatado con Brasil y Macedonia.
Con una población de 50 millones 586 mil 757 habitantes, es la nación más rica del continente africano, pero más de la mitad de las familias negras (52 por ciento) vive bajo el umbral de pobreza.
Desde 2009 el crecimiento económico está estancado, las tensiones sociales se van acumulando, la violencia se ha desbordado y hay ejemplos de corrupción a todos los niveles, incluyendo casos en la familia de Mandela.
Cierto, desaparecieron las barreras raciales y emergió una clase media acomodada urbana multirracial, “cosa que cuando yo llegué era totalmente inimaginable”, dice Carlin, quien sale en defensa del país que ahora considera como propio:
“Una persona intelectualmente deshonesta puede seleccionar argumentos para decir que Sudáfrica ha sido un fracaso. Una persona intelectualmente deshonesta también puede seleccionar argumentos para decir que Sudáfrica es un brillante rayo de luz para la humanidad. La verdad reside en el medio. Es un poco aburrido decirlo, pero así es la vida”. Como opinan muchos, incluyendo Tutu, lo que ocurre en la Sudáfrica de hoy se debe a que, entre otras cosas, el actual presi- dente, Jacob Zuma, no es un Nelson Mandela. “No está ni remotamente a su altura, cosa que siempre iba a ser muy difícil para
cualquiera”, acepta Carlin.
“Es una democracia estable que cumple los requisitos básicos. Las relaciones entre blancos y negros son sanas. Hay libertad de expresión. La prensa en manos de negros es durísima con el gobierno. Si sabemos que hay corrupción en Sudáfrica es en gran medida porque la prensa no se frena con el gobierno. El sistema judicial es independiente. Nadie cuestiona la legitimidad de las elecciones después de Mandela. Lo comparas con un país como Rusia, que llegó a la democracia al mismo tiempo pero cumple con los requisitos muchísimo más que Rusia. Cuando llegó Mandela al poder lo lógico hubiese sido que surgiese un movimiento tipo ETA o ERI. Nunca pasó eso. Y existían muchos motivos para pensar quesílohabría.Sihoyvasaunpubverásatuladoa negros, musulmanes, hindúes, judíos...”.
Carlin resume: “Sudáfrica hoy es un país que tiene los mismos problemas que todas las democracias, y que ha perdido esa épica singularidad que tuvo con Mandela”, quien le hablaba a los corazones de las personas, no a sus mentes.