sábado, septiembre 03, 2011

Un poco de Kafka, otro de Macondo: la Nicaragua de hoy














A meses de las elecciones en Nicaragua, donde el presidente Daniel Ortega Saavedra, otrora Comandante (lo de otrora es mío; él lo sigue siendo) de la revolución encabezada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), participará —a pesar de que se lo impide la constitución que él mismo diseñó— como candidato ganador, el país centroamericano es prueba de que el surrealismo macondiano, y el Gregorio Samsa de Kakfa, pueden vivir juntos, y ser felices, en nuestra América Latina.

Como el viento a Juárez, el FSLN ahí está. Se trata de aquella otrora (esa sí otrora) organización revolucionaria conformada por muchachos y muchachas aguerridos, idealistas, dispuestos a dar su vida por derrocar a la dictadura de Somoza, para ver nacer a una “Nicaragua Libre”. Sí, esos, los que sobrevivieron y que ahora viven en lujosas mansiones; esos que son dueños de empresas y de fincas; los que conducen carros del año y nunca se van a morir porque el seguro social no tiene una cama para ellos. Esos, los que siguen trabajando para lo que ellos llaman “la segunda etapa de la revolución” —sí, trabajando pero ya no “a la antigüita”: en la montaña, alimentándose de frijoles y tortillas, barbudos y portando AKs. No, por Dios, por algo tienen los años, las canas y el cargo que tienen. Ahora lo hacen como se debe: en la seguridad de sus hogares y amparados por su patrimonio, que no es cosa menor.

Me refiero a los que ahora se auto-definen como únicos “herederos” de César Augusto Sandino, el rebelde que enarboló el tema de derrocar a la dictadura somocista. Me refiero a muchos, pero quiero hacer hincapié en Ortega Saavedra y su esposa, la primera Dama Rosario Murrillo, porque son los más poderosos sandinistas en el pequeño país centroamericano –muy estable por cierto en términos macroeconómicos, según el FMI—, la patria de Somoza y de Sandino.

Daniel y Rosario ya no son como aquellos jóvenes, sus “compas”, a los que México, en los años 70, abrió las puertas de par en par. El FSLN –llamado “frentismo” o “danielismo” por sus adversarios— es ahora un partido político con todos las de la ley, a la vieja usanza del PRI-estado: el más popular –carga la simpatía de más o menos 30% del electorado, que no le garantiza que gane las elecciones salvo que haga alianza con otro grupo, lo que le es una segunda piel a estas alturas—y el que cuenta con todos los recursos del gobierno sin lugar a ninguna duda.

La pareja presidencial ahora es gran amiga de uno de sus otrora grandes enemigos: el Cardenal Miguel Obando y Bravo, quien fuera Obispo de la Iglesia Católica en Nicaragua cuando, en marzo de 1984, llegó el Papa Juan Pablo II a Nicaragua y fue vergonzosamente abucheado en los altoparlantes del estado revolucionario, que era, por cierto, ateo y marxista.

No sólo son amigos. Obando, ahora jefe de la Comisión de Reconciliación del gobierno —ya no participa en las reuniones de la Conferencia Episcopal— casó a la pareja por ahí de 2005, muy en contra sus principios y los de su Iglesia: Ortega y Murrillo habían vivido en pecaminoso concubinato durante años, época en la que procrearon varios hijos.

Pero eso es cosa de in illo tempore. Ahora, ambos son “cristianos, socialistas y solidarios”, atractiva combinación, cuando es honesta.

Además de haberse convertido al cristianismo, cambiaron el sobrio rojinegro de sus insignias, carteles, credenciales, slogans y banderas, a un blando rosa chicha —dicen que porque Rosario, experta en las artes ocultas, el tarot y demás monerías, asegura que es el color del amor y de la paz.

El cambio surrealista para muchos que vivimos el fervor, y la militancia a raja tabla del FSLN en los años 70s y 80s, empezó a fraguarse a partir de la pérdida de las elecciones en 1990. Primero Daniel –entonces aún con cara de Comandante de algo—empezó a hablar del gobierno “desde abajo”. Perfectamente subversivo y acorde a su perfil.

Pero llegaron las elecciones de nuevo, seis años después, que el FSLN perdió por segunda vez.

Y es que las elecciones, al estilo norteamericano –nadie, salvo Fidel que las ignora, ha inventado otras que yo sepa, por lo menos en América Latina— tienden a metamorfosear a nuestros políticos. Les pasa algo similar al Gregorio Samsa de Kafka.

Pues bien, en Nicaragua, ese año, el himno oficial del FSLN (aquel que hablaba del “enemigo de la humanidad”) fue sustituido ipso facto por la Novena Sinfonía de Beethoven —nada menos que el cuarto movimiento: Oda a la Alegría. No en balde la pareja Ortega-Murrillo tiene hoy un hijo tenor: Laureano Ortega Murillo, “un joven que con disciplina e increíble vocación se ha convertido en una promesa del canto lírico”, según un diario local.

Diez años después, el himno fue otro. Sin pedirle permiso a sus herederos, el FSLN utilizó —y sigue utilizando—la canción de John Lennon “Give Peace a Chance” (“Dale una oportunidad a la paz”), dizque para darle “un aire fresco y de tranquilidad” a la campaña del pasado 2006. Esa elección sí la ganaron.

En 2012, Daniel tiene casi asegurada su reelección, si bien ilegal, con el himno que escoja. Por ahora, él y su esposa se la pasan entregando títulos de propiedad a gente de escasos recursos, en “el Mes de la Patria”, o celebrando efemérides varias, siempre con el puño en alto.

Efemérides como el 32 aniversario de la creación del Ejército Popular Sandinista. Ese día, 2 de septiembre, Ortega mencionó, por primera vez desde la toma de Trípoli, que hace unos días cayó en manos de los rebeldes, al “hermano” Muamar El Ghaddafi. La Nicaragua del nuevo FSLN lo podría alojar, si él lo solicita, dijo. Fue el toque surrealista que nos faltaba para cerrar este despacho.

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