Occupy Wall Street: El germen de un movimiento global
El movimiento Occupy Wall Street (Ocupemos Wall Street) en Nueva York, que esta semana inicia su segundo mes, cobró impulso hace unos días luego de que cientos de miles de manifestantes en 900 ciudades del mundo protestaran contra la avaricia corporativa y la desigualdad en la riqueza, ambos lemas de los acampados en el parque Zucotti, una pequeña plaza pública en el corazón del centro financiero de Manhattan.
No queda ninguna duda que el patrón estrenado en España en mayo pasado ha tenido ecos y réplicas en varias partes del mundo, en términos de convocatoria y difusión, aunque aún queda una pregunta: ¿ha logrado algo concreto? Los disturbios en Europa surgieron en medio de una crisis de la deuda soberana del viejo continente, que contribuyó a la actual volatilidad del mercado que a su vez generó un creciente temor de otra recesión económica mundial.
Para entonces, la mayoría de los gobiernos ya habían implementado severos programas de austeridad, por lo que el crecimiento económico se convirtió en algo literalmente imposible.
En Estados Unidos, el sombrío panorama laboral (la tasa de desempleo se ha mantenido por encima del 9 por ciento) fue la mecha que encendió la ira contra los banqueros de Wall Street, señalados como responsables de la crisis financiera mundial, y contra el gobierno, cómplice de haber rescatado a los bancos con dinero de los contribuyentes.
Pero muchos críticos de los manifestantes en el parque Zucotti –lugar por cierto casi desconocido por la gran mayoría de neoyorquinos hasta ahora– aseguran que su gesta es ingenua e incoherente.
Hace poco, en una reunión de colegas, pude agrupar dos tipos de opiniones. Una, que alegaba que “los indignados del mundo” en general, y los de Wall Street en particular, no habían logrado nada, que eran “hippies trasnochados” que no tuvieron la valentía de levantarse en armas o por lo menos de incendiar un edificio de noche para demostrar su enojo. Y la otra, que sí, que estaban dejando sentada su posición “indignada” de rechazo al estatus quo sin por ello causar más muertes y más daños, y que eso era mucho más de lo que las así-llamadas-revoluciones habían logrado en el pasado Siglo XX.
Eso sí. Ambos grupos estaban de acuerdo con dos logros de los “indignados” de Wall Street: han cambiado el viejo estilo estadounidense de protestar de manera violenta (o ruidosa al menos), y están dejando una huella indeleble sobre la certeza de que pocos en este siglo XXI entraron a él satisfechos con el sistema que heredaron del anterior.
Como escribieron John B. Judis y Jonathan Cohn en la revista New Republic, el grupo que sigue empeñado en dormir en plásticos húmedos a metros de los amenazantes edificios de Wall Street, rodeados de carros de la policía que no se han movido hasta ahora, representa “una chispa genuina de acción política –una oportunidad, finalmente, de rescatar la promesa de la campaña de Obama en 2008”.
Es cierto. Los manifestantes no han esbozado una crítica clara del capitalismo “salvaje” ni han articulado un conjunto de objetivos políticos, pero han logrado colocar sus temas en las agendas públicas.
“Su mera existencia demuestra que la gente está decidida a pensar de manera global acerca de las rutas de salida de esta crisis”, en opinión de Pablo Mason de la BBC. Y es imposible negarlo: el movimiento está ganando fuerza como consecuencia de su “naturaleza global”, como sentenció Peter Beinart en el Daily Beast.
No hay comentarios:
Publicar un comentario