Es mediodía del 9 de octubre de 1967. El sargento Mario Terán le da el tiro de gracia a Ernesto “El Ché” Guevara, tras haberlo atrapado el día anterior en la Quebrada del Yuro, en Bolivia. Con esa muerte nace un célebre mito revolucionario en América Latina, el del muerto “que nunca muere”.
Hoy, casi 46 años después, la mayoría de las referencias al fallecimiento del Ché hablan de su “muerte física” porque hay el sentimiento de que su legado ideológico continúa. Y “El Ché” no habrá sido ungido como Santo por El Vaticano, pero sus fieles y devotos deben ser millones en el mundo entero.
Algo similar podría estar sucediendo con Hugo Chávez, quien se mantiene en silencio postrado en una incierta convalecencia en un hospital en Cuba desde hace casi un mes y no se presentará mañana jueves 10 en Caracas para tomar posesión como presidente. Ya las autoridades venezolanas han adelantado que la presencia del comandante enfermo era un mero “trámite”, aunque aparezca como requisito en la Constitución.
Y ayer, el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, leyó un mensaje del vicepresidente Nicolás Maduro confirmando que el presidente electo “no podrá comparecer ante la Asamblea Nacional” y asumirá en fecha posterior.
No dudo que haya quienes consideren un sacrilegio comparar al comandante bolivariano con el Quijote de origen argentino del Siglo 20, pero, guste o no, ambos son mitos de las revoluciones en nuestra América.
Claro, el primero de dimensiones gigantescas, eternizado en aquella foto insignia que el fotógrafo cubano Alberto Díaz, conocido como Korda, le tomó hace medio siglo, con esa mirada que penetra montañas, su boina de guerrillero y el cabello alborotado, una de las imágenes más reproducidas, veneradas y comercializadas del siglo pasado.
Pero el segundo se le quiere acercar peligrosamente, incluso antes de morir si es que, en efecto, sigue vivo. Mientras su gobierno asegura que el paciente está “estable” asimilando bien el tratamiento “permanente y riguroso” para tratar una infección respiratoria que surgió durante una cuarta operación para atacar un cáncer de origen misterioso del pasado 11 de diciembre, el proceso de canonización en Venezuela ya inició.
Su imagen se transmite varias veces al día por televisión en el video #YosoyChávez, donde el líder bolivariano exclama “¡Chávez somos todos!”. Y en otro video “¡Yo soy Chávez. Yo soy un pueblo carajo!”.
El nombre del comandante bolivariano que casi ha regalado petróleo venezolano a los gobiernos de la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA), aparece plasmado como pie de foto en imágenes de personas que supuestamente lo admiran en Portugal, México, Colombia pero sobre todo en Venezuela.
Tras un fondo de música solemne, el líder que no conoce el silencio, como algunos le llaman, aparece recitando, besando niños y abrazando ancianos; hay fotografías de un Chávez adolescente bajo un cielo nublado, y termina con un Chávez meditabundo, bajo una lluvia torrencial, mientras aparece sobreimpresa la frase: “¡Yo soy Chávez!”.
Queda por supuesto la lógica sospecha de que todo es un montaje de culto a la personalidad del comandante.
Es en todo caso un claro intento de convertirlo en un icono religioso. A todas luces, un esfuerzo orquestado para perpetuar su figura, pero sobre todo su proyecto político cuando su presencia “física” falte o el líder quede inhabilitado.
Es decir, el principio de la creación del mito de otro muerto que nunca muere.
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