lunes, marzo 11, 2013

Lamentable lapsus de Rajoy

Estaba el español al lado del inca cuyo nombre significa el guerrero que todo lo ve, y agregamos, pero lo calla
Por María Lourdes Pallais
Ollanta Humala, con rostro impávido, sin rictus alguno, escuchaba aquella tarde de enero en Lima, cuando el presidente del gobierno español Mariano Rajoy le agradecía a su país… bueno, a Cuba. Sí, el líder ibérico se confundió de anfitrión. O lo hicieron quienes escriben sus discursos, que viene a ser lo mismo a final de cuentas.
Por María Lourdes Palalis
Así habló Rajoy sobre los aportes de Ollanta Humala a la cumbre Iberoamericana de Cádiz 2012:
“Quiero agradecer al gobierno cubano su protagonismo y sus contribuciones porque para España aquello era muy importante”. Y el mandatario, quien a su regreso a casa fue recibido con acusaciones de corrupción, no se enmendó en ningún momento. Bien merecida recepción, dijeron algunos en las redes sociales, por descuidado y por irrespetuoso. 
Pero de Humala no recibió ni una mirada desconcertada, ni se dibujó una leve señal de molestia en su semblante. Su reacción fue cortés, y valiente también.
Sin duda su entrenamiento militar le sirvió para apechugar. Porque fueron minutos en los que todos quienes vimos el video, y escuchamos las palabras de Rajoy al llegar a Lima con las manos extendidas, agradeciendo “contribuciones”, pidiendo inversiones, nos enojamos.
Inevitable recordar el legendario lapsus de Ronald Reagan en 1982 cuando, estando en Bolivia, brindó por Brasil. Pero a diferencia de Rajoy, Reagan al menos se disculpó. “Ahí es donde voy después”, dijo con el dominio de escena que lo caracterizaba. Solo que se volvió a equivocar. Iba a Colombia, no a Bolivia.
Pero bueno, era el jefe y creador de los “Padres de la Patria” en Nicaragua. América Latina no podía esperar mucho de él. 
Igual de inevitable fue recordar el “¿Por qué no te callas?” que lanzó Juan Carlos de Borbón a Hugo Chávez en 2007.
El regaño real fue provocado por un exabrupto del líder bolivariano que “no sabe callar”.
Pero lo de Rajoy, un plebeyo del Partido Popular en un país acechado por la crisis y el desempleo, que llega a América del Sur por tercera vez buscando espacio para empresas españolas, no tiene perdón. 
A ver cómo le va en su empeño de limpiar su imagen y calmar la indignación después de aparecer como uno de los beneficiados del supuesto pago de salarios ocultos que durante años habrían cobrado numerosos dirigentes de su partido.
“Yo ganaba más dinero en mi profesión que como político. No he venido a la política a ganar dinero, vine perdiendo dinero. Pero para mí el dinero no es lo más importante de esta vida”, se defendió ante sus correligionarios tras días de silencio.
Y sobrio, dueño de esa imagen de seriedad que busca cultivar, insistió:
“Nunca, repito, nunca he recibido ni he repartido dinero negro ni en este partido ni en otra parte”.
Está por verse si ha repartido o no “dinero negro”. Lo que no queda ninguna duda es que a Lima fue a pedirlo. No negro, claro. Otra cosa es que lo reciba. 
Históricamente, América Latina ha sido una prioridad para la política exterior de España. Los lazos humanos, sociales, culturales, políticos y económicos así lo justifican. Pero los tiempos han cambiado.
Falta que líderes como Rajoy aprendan a comportarse de acuerdo a las nuevas reglas; claro, si es cierto que España aspira a reforzar su presencia en América Latina, en pie de igualdad.
Mientras tanto, en Perú, ha muerto el comandante rebelde que alimentaba la leyenda inca para dar vida a un hosco, pero digno jefe de Estado.


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