@mlpallais
Conocí a José María (Chema) Pérez Gay (1944-2013), escritor,
traductor, académico y diplomático mexicano, a fines del siglo pasado,
cuando acababa de asumir como primer director del Canal 22, una empresa estatal cultural que estuvo a punto de desaparecer cuando el gobierno del entonces presidente
Carlos Salinas de Gortari vendió sus televisoras para pagar su deuda.
Lo recuerdo como un rebelde, vital y erudito militante
anti-establishment, pero sobre todo como un soldado comprometido con la cultura. Y claro, Salinas de
Gortari, el último presidente del PRI “clásico”, legendario por su disposición
a hacerlo todo para vender la imagen de su país –y su gestión- en el extranjero,
no titubeó en nombrarlo. Chema, con esa actitud del que sabe callar cuando debe, era el hombre perfecto para el puesto.
Su estampa sobria, elegante; su figura germánica, global
pero muy mexicana; su experiencia como diplomático y su erudición en las letras
y en la vida, así como su generosidad; todo ello contribuyó a que el Canal 22 fuera el sello que distinguió a la cultura de la última
administración del México priísta que terminó en el año 2000.
Nadie como Chema para cerrar ese ciclo, que dejó como
herencia que solo algunos recordamos, el Premio Cámara de la UNESCO por su
trabajo como promotor cultural en el Canal.
Pero Chema fue mucho más que un promotor de la cultura.
Fue traductor al español de Thomas Mann, Franz Kafka, Robert
Musil, Herman Broch, Joseph Roth, Jürgen Habermas, Karl Kraus y Elías Canetti.
Fue Premio Nacional de Periodismo de México en Divulgación Cultural en 1996.
Como reconocimiento a su trayectoria intelectual, el gobierno de la República
Federal de Alemania le confirió la Orden de la Gran Cruz al Mérito, en 1992. La
Dirección General del Goethe-Institut le otorgó la Medalla Goethe. Austria lo distinguió con la Cruz de Honor para las Ciencias
y las Artes, Primera Clase, por sus aportaciones a la investigación de la
cultura del imperio austro-húngaro. Licenciado en Ciencias y Técnicas de la
Información por la Universidad Iberoamericana y doctor en Filosofía
Germanística por la Universidad Libre de Berlín. Fue agregado cultural de la
Embajada de México en la República Federal Alemana. Y subdirector de Radio
Educación; director del suplemento Cultural del emblemático diario mexicano La
Jornada así como integrante del Consejo Editorial de la Revista Nexos.
Un curriculum como pocos. O como ninguno en México.
En 1993, con él al frente de Televisión Metropolitana, S.A.
de C.V., ahora concesionaria de Canal 22 y parte del Consejo Nacional para la Cultura
y las Artes (Conaculta), nace el primer canal estatal cultural de México como una
propuesta similar a PBS (Public Broadcasting System) en Estados Unidos.
Lo dicho. Era el hombre perfecto para el puesto. Con un
prestigio internacional como pocos en México, su visión de la cultura era
global pero su corazón era mexicano--y de izquierda. De esa izquierda que optaba
por que la gente saliera de la ignorancia, del ostracismo. De esa izquierda que
el PRI de aquella época debía incorporar para no morir. Y en aquel entonces, Chema,
el maestro de Andrés Manuel López Obrador -el otrora priísta, hoy único rebelde
del sistema- sabía que su deber era aceptar el puesto.
Y sí, Chema se enamoró del proyecto. Me invitó a colaborar
con él como su asesora, esencialmente como traductora de los múltiples
programas y series de televisión que logró comprar, de la BBC, de la Televisión
Alemana y de la francesa. En aquella época, Chema era un pionero. Y recuerdo
que me decía: “He logrado hacer locuras”. Y se reía con la mirada, porque la
sonrisa la traía disecada en su alma.
Las “locuras” de Chema como director del Canal 22 ahora
suenan triviales seguramente. Llevó a México un software que permitía que la
gente que tenía acceso al Canal 22 pudiera escuchar los diálogos, la voz en off
de los programas internacionales, sin doblaje. Los subtítulos no existían en la
televisión mexicana entonces. Televisa, la reina de la pantalla chica, prefería
los doblajes.
Y Chema era un convencido de que el mexicano medio, con
acceso a SU canal cultural, prefería escuchar la voz original en francés,
inglés, italiano o alemán PERO con subtítulos.
Yo los traducía pero él, y su equipo de profesionales, los
supervisaban con rigor. Lo recuerda Diana Constable, su directora de producción
entonces y en la actualidad en la Coordinación de Difusión de proyectos en
medios electrónicos del Instituto Nacional de Bellas Artes. Chema era “una
persona muy flexible con una visión (global) de la cultura; tenía la
sensibilidad de respetar el idioma porque sabía que en México los televidentes
sabíamos leer”, nos dice.
Pero Chema era también, y ante todo, un rebelde. Y para
quienes no lo sabían entonces, lo demostró para siempre con su participación en
la campaña de López Obrador en el 2006, como integrante del equipo del entonces
candidato, al lado de la escritora Elena Poniatowska.
Cuando perdió su gallo, Chema desapareció del escenario
público. Sin amargura, porque la vitalidad nunca lo abandonó, optó por
escribir, leer, seguir amando a su compañera de toda la vida, la maravillosa
Lilia Rossbach y, por supuesto, apoyar a su Andrés Manuel. “Fue mi mejor
alumno”, me dijo hace unos meses, antes de que su enfermedad le impidiera
comunicarse.
SÍ hay muertos que nunca mueren. Chema, el padrino de Jesús
-hijo de Andrés Manuel y de Beatriz Gutiérrez Müller-, el amigo de toda la vida,
es uno de ellos.
Lo recuerdo leyéndome párrafos de su libro “La profecía de
la memoria. Ensayos alemanes” (Cal y Arena, 2010) y lo veo sonriendo, con esa
sonrisa parca y cálida, traduciendo versos de Paul Celán:
“Vives a mi lado, te pareces a mí:
como una palabra
en la mejilla hundida de la noche (…)”
“Ah, éste ojo embriagado, como nosotros errante,
que a veces mira
asombrado
como si fuésemos uno”
Chema, vives siempre en la mirada de miles, más allá de tus
amigos “culturosos” de los que siempre te burlabas pero que nunca abandonaste. Y
en la piel de muchos más. Chema, Maestro, eres de los muertos que nunca mueren.
No hay comentarios:
Publicar un comentario