martes, noviembre 23, 2004

Adriana Navarro, un pájaro entre montañas

A Valeria Zambrano, la niña protagonista de La otra mitad es corazón (Ediciones Dipon, Gato Azul, Colombia, 2004), la primera y única novela de Adriana Navarro González (1958-2002), el ballet le abrió la posibilidad “de un viaje circular por los rincones del tiempo”.
A la autora, que dejó el ballet para estudiar filosofía y convertirse en especialista de Heidegger en México, la muerte puso temprano fin a su preocupación por alcanzar la excelencia literaria.
Al igual que Valeria, su primera pasión fue el ballet. La danza educó su cuerpo y su intelecto. Pero Adriana optó por trasladar esa disciplina a la literatura.
Como escribió en un poema para Francisco Godoy, lo hizo quizá porque “Escribir tiene que ver con sillas y ruedas,/ brazos y piernas./ Tiene que ver con volar y con quedarse quieto en tierra.”
Así, en su exquisita novela, Adriana vuela plácida y quieta para relatar la historia de Valeria como si fuera la suya, sin serlo; como si la vida fuera cuento o al revés.
En La otra mitad del corazón, la pequeña Valeria reflexiona: “la muerte de la jicotea y la muerte de Giselle y la del cisne y la de Romeo y Julieta son guiños de artificio. La muerte no hace visajes, no mueve una ceja; es un silencio, un hasta aquí, un retírense. Sólo ella permanece hincada junto al muerto.”
Premonitorios pensamientos de la autora, quizá.
Porque para Adriana, madre de dos niños que consagró los últimos cinco años de su vida a escribir su novela —“con pasión, sin desfallecer y sin perdonarse nada”, en palabras de Elena Poniatowska, de quien fue asistente y traductora al inglés—, la muerte fue como un pájaro de mal agüero que desplegó sus alas y se posó, para siempre, en su corazón.
Los que la conocieron, dicen que Adriana dejó “un mensaje que tiene alma y olor, que nos toca sutilmente y murmura a nuestro oído...”. Ese mensaje es, sin duda, La otra mitad es corazón, un relato sencillo, sin estruendos; escrito con una prosa delicada, de filigrana, con “hallazgos, frases y expresiones que nos hacen sonreír”, como escribió Elena Poniatowska.
Hace dos años, a los 44 años, en la plenitud de su vida y con una salud a prueba de (casi) todo, Adriana murió de un infarto fulminante. Pero, como los clásicos, ella vivirá para siempre en su novela, que está disponible en todas las librerías de México, y vale la pena leerla

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