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Brasil y Venezuela, con políticas económicas que contrastan con los planes de austeridad impuestos en Europa, son el Sr. Hyde y el Dr. Jekill de la América Latina del siglo XXI. Al primero lo aclaman moros y cristianos como el país del futuro mientras que el segundo se ha ganado la calificación de ser unos de los países más corruptos de la región. El exgeneral Hugo Chávez se podrá todavía llenar la boca y recordar con orgullo el adiós que, en 2007, le diera al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial (BM) con el pago de la deuda de tres mil millones de dólares acumulada por regímenes “democráticos” anteriores, pero al país, hasta ahora, solo lo ha salvado su petróleo. Cerca, Brasil, el gigante sudamericano de 160 millojes de habitantes que preside la exguerrillera Dilma Rousseff, se deja cortejar por el FMI que lo busca para los rescates multimillonarios que salvarían a Europa de la bancarrota. Es cierto. Ni Rousseff ni Chávez quieren al FMI o al BM, pero esa coincidencia la comparten otros vecinos de la región que, como ellos, en el pasado se vieron obligados a aplicar severos planes de ajuste para acceder a sus créditos. “Cuántas oportunidades perdimos durante las […] décadas en que estuvimos bajo la injerencia del FMI sobre nuestras políticas de inversiones,” aseguró Rousseff de manera reciente en el marco del anuncio de una inversión de 570 millones de dólares para la construcción de una línea de Metro. Tanto Rousseff como Chávez son considerados, para bien o para mal, “revolucionarios”; la primera por su probada historia personal e impulsada al estrellato por Luiz Inácio Lula da Silva, y el segundo, tras la creación de su Revolución Bolivariana y con el apoyo no desinteresado de Fidel Castro. Ambos han logrado capotear la crisis del 2008 que ha sumido al Viejo Continente an una crisis de enormes dimensiones; uno con petróleo y populismo, el otro con consumo interno y planes antipobreza. Pero !ojo¡, mientras Rousseff no traiciona sus principios y recibe elogios ganados a pulso en dos años de mandato, Chávez se ha ubicado en un marco autoritario donde su palabra es la única ley, al tiempo que ha recreado aquel monstruo “imperialista” que yacía congelado en las ergástulas de la Guerra Fría. Si en 2007 el Comandante creyó cerrar “un ciclo histórico de endeudamiento” con el FMI y el BM que el expresidente Carlos Andrés Pérez iniciara en 1989, este año la agencia Fitch Ratings rebajó a negativo el panorama de la calificación de la deuda de Venezuela, citando un debilitamiento de sus políticas fiscales. El nuevo panorama refleja el debilitado marco político en Venezuela, que ha incrementado la vulnerabilidad del país ante choques de los precios de las materias primas, el deterioro de la situación fiscal y de crédito externo, la incertidumbre frente a la campaña electoral de este año. En Brasil, en cambio, el futuro es hoy. Se acabó aquella maldición de “país del futuro… y siempre lo será”. Acaba de superar al Reino Unido y en un par de años podría ganarle el quinto puesto a Francia entre las grandes economías mundiales. La Copa del Mundo de fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, ambos en Rio de Janeiro, marcarán el siglo XXI como “el siglo de Brasil”. Además, el Gobierno brasileño está considerando recomprar los15 mil millones de dólares que tiene en deuda externa con vencimiento al 2015, en un nuevo intento por combatir la apreciación de su moneda, según declaraciones recientes de un alto funcionario. Dilma, heredera de Lula pero con un estilo propio, no fue este año al Foro Económico de Davos, tradición de su antecesor que ella ignoró, ni a la toma de posesión de Daniel Ortega en Nicaragua, gran aliado de la Revolución Bolivariana de Chávez. Si Lula sacó a 40 millones de brasileños de la pobreza, la ambición de Rousseff es reducir la desigualdad. Integrante del G-20 —los países más grandes y más poblados del mundo que se autodesignaron la administración de la economía global al estallar la crisis financiera en 2008—, Brasil es el único en el que ha desigualdad está disminuyendo. La dictadura militar —que en el siglo pasado instaló un régimen de formas democráticas, que impedía a sus detractores el ejercicio de derechos políticos básicos, establecía un dominio autocrático y recurría a la violencia contra la oposición— hoy parece cosa de la historia. Mientras la alemana Angela Merkel actúa como la Dama de Hierro del siglo XXI, apoyando la reelección del francés Nicolás Sarkozy para que mantenga su política de recortes sociales y derechos laborales, y felicitando al español Mariano Rajoy por imponer ambas cosas, Rousseff aboga sin tapujos contra estas políticas. Y ella, a la mitad de su mandato, puede ser reelecta, mientras que Chávez, pese al cáncer que padece, busca su reelección en cinco meses en los comicios más difíciles y costosos desde que llegó al poder hace 13 años. La primera estará con nosotros por un buen rato. Su colega bolivariano, quién sabe.sábado, mayo 12, 2012
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