#Indigósfera
Corría el año 1964. Los Beatles llegaban a Estados Unidos por primera vez mientras un joven de raza negra entraba a una cárcel para cumplir cadena perpetua en África del Sur, un país donde el sistema de segregación racial dominaba hasta los más profundos cimientos de la sociedad.
Se trataba de Nelson Mandela, ahora Premio Nobel de la Paz (1993) y legendario como la antítesis de Hitler, porque logró la reconciliación entre blancos y negros.
Fueron 27 años que el joven militante del Congreso Nacional Africano permaneciera en una celda de no más de cinco metros cuadrados, sometido a todo tipo de vejaciones físicas y psicológicas.
Pero tenía una meta. Así, logró sobreponerse a su lastimosa situación.
Se licenció en Derecho por correo en la Universidad de Londres.
Y, con el apoyo de sus propios carceleros, continuó su actividad política tras las rejas.
Para 1984, se había convertido en una autoridad moral a nivel mundial y en 1994, el primer presidente de raza negra en su país.
Y es que más de dos décadas le sirvieron para soñar con una fórmula que uniera a su país.
Para eso, sabía que era vital contar con el apoyo de los dueños del régimen racista que lo habían condenado a cadena perpetua.
Tenía que encontrar la forma de unir a la nación, dividida por medio siglo de apartheid.
Lo encontró en los Springboks, el equipo nacional de rugby, que en ese entonces representaba la supremacía blanca.
Ya como presidente, pidió una camiseta del equipo, y en color verde, el color representativo de la opresión blanca.
Y pidió que esa camiseta llevara el número seis, el de François Pienaar, el capitán del equipo.
Una hora antes del partido del Mundial de rugby de 1995 realizado en Sudáfrica, Mandela llegó al estadio.
A la hora de los himnos, bajó a saludar a los jugadores y se puso la camiseta de Pienaar.
Y así saludó uno a uno a los jóvenes que lo miraban estupefactos. Se produjo un silencio absoluto, unos segundos para la historia.
Y estalló. 72 mil personas rompieron a gritar: “¡Nelson, Nelson!”. El 95 por ciento eran blancos.
Los negros, que no conocían el juego, lo vieron, también estupefactos, desde bares en Soweto.
Fue uno de los momentos más trascendentes del siglo 20.
John Carlin, un periodista británico que escribió “El Factor Humano” que inspiró la película “Invictus” dirigida por Clint Eastwood sobre Mandela, asegura que la cualidad más destacada del sudafricano es la integridad.
“Fue un gran líder a quien la gente siguió porque aplica en su vida privada los valores que predica en público: respeto, honestidad, igualdad, derechos humanos, la democracia”, dijo en declaraciones para esta columna.
Y por supuesto, el sudafricano siempre tuvo una visión clara de lo que quería para su país.
Y lo logró “seduciendo al enemigo”, señala Carlin, quien fue corresponsal en México en los años 80, antes de trasladarse a África del Sur.
¿Habrá un líder de esas dimensiones en México?
Porque el país lo necesita.
Carlin dice: “¿Por qué no?
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