Antes de participar en el séptimo y último foro del Coloquio Julio Cortázar revisitado: nuevas lecturas, Carlos Monsiváis, Sergio Ramírez y Alain Sicard, por separado, aseguraron a Crónica que no harían referencia directa a la relación entre el autor de La Casa Tomada y la revolución cubana. Pero ayer no tuvieron más remedio que hacerlo.
Primero Sergio Ramírez, para quien Cuba es “una revolución que ya tiene más de 50 años”, recordó que las propuestas políticas de Cortázar, primero hacia la isla caribeña y después hacia la Nicaragua sandinista, “casi nunca estuvieron contenidas en sus escritos literarios”.
Con ello, la gran enseñanza que dejó el autor del relato No se culpe a nadie, fue “ese viaje en el filo de la navaja, cuando el escritor que se compromete puede hasta comprometer su propia vida, pero nunca su propia escritura”, agregó el ex vicepresidente nicaragüense.
Al recibir la Orden Rubén Darío en 1982, recordó Ramírez, Cortázar dijo que “la libertad de escribir era como la de los pájaros que vuelan largas distancias en perfecta formación”.
Y agregó: “A Julio le tocó vivir los primeros años de la revolución en que los sueños aún no daban paso a ninguna pesadilla (...) si de algo estoy seguro es que encontró la apertura, la libertad de conducta, la improvisación, el desenfado” que Cuba carecía.
Era entonces Cortázar el autor preferido de los revolucionarios clandestinos, porque “planteaba las maneras de no ser frente a las descaradas maneras de ser que ofrecían sociedades de América Latina donde no bastaría abolir las injusticias, sino buscar nuevas formas de conducta personal”, según Ramírez Mercado.
Por su parte, la ponencia de Carlos Monsiváis, que siguió a la del autor de Margarita está linda la mar, recordó el apego de Cortázar a “la gran tradición de la paradoja”.
Por un lado, el gran cronopio fue un escritor comprometido, aunque su “activismo político no transmite su obra en prédica”, y por el otro, fue un autor “enormemente sofisticado que localiza lo que considera los significados de la revolución cubana”.
Recordó la primera gran fisura del vínculo entre Cortázar y Cuba, cuando firmó un manifiesto que exigía la libertad del poeta cubano Heberto Castillo, acusado de cometer “actos contrarrevolucionarios”.
Siempre paradójico, Cortázar luego escribió un texto “agresivo” (...), “una suerte de poema, Policrítica a la obra de los Chacales, en donde ratifica su incondicionalidad al régimen de Fidel Castro”, afirmó Monsiváis.
“Hasta el final, Cortázar es fiel a su primer impulso que amplía con lealtades sucesivas a la lucha antiimperialista (...) a la revolución sandinista y a la causa de los derechos humanos en Argentina”, agregó.
Citó el escritor mexicano también al Cortázar de Rayuela para enfatizar su “sentido del humor desde la solidaridad: Yo siento que mi salvación tiene que ser también la salvación de todos, hasta el último de los hombres”.
Al afirmar que el autor de Historias de Cronopios y famas “reflexiona de modo constante sobre el sentido de su obra”, Monsiváis recordó que terminó eligiendo combinar —como lo ilustra por ejemplo El Libro de Manuel—, “un tono intensamente comprometido con un
tono desenfadado”.
El Cronopio Mayor, un gigante de ojos tristes: Sicard
Alain Sicard, quien cerró este foro ayer, recordó “la historia de amor entre Julio y Cuba”. Antes, como “epígrafe” a su intervención sobre su versión del pensamiento político de Cortázar, contó la impresión que le dejó Cortázar la última vez que lo vio en Poitier, el pueblo natal del catedrático francés especialista en la poesía de Neruda: “Es el recuerdo de aquel gigante con unos ojos muy tristes, pero una sonrisa maravillosa”.
Y continuó: “Cada generación tiene su propio acontecimiento catalizador de su conciencia política. Para Neruda fue la guerra de España; para Julio Cortázar fue la revolución cubana”.
Luego citó unos párrafos del poema Policrítica: “Les hablo a todos mis hermanos pero miro hacia Cuba / No sé de otra manera mejor para abarcar la América Latina...”.
Paradójico como era el autor de una laberíntica obra que quizá nunca concluyó, su americanismo nació “lejos de América”, pero fue siempre su gran preocupación política, recordó Ricard, quien también habló sobre el desprecio del escritor argentino hacia los nacionalistas (“mi patria es otra cosa, nacionalista infeliz / me sueno los mocos con tu bandera de pacotilla”).
La visión del trío de ponentes sobre el pensamiento político de Cortázar tuvo varias coincidencias: Cortázar era paradójico, solidario y, como concluyó Sicard, siempre intentó “llegar a la revolución desde su práctica que incluía un alto grado de irracionalidad” y “nunca renunció a los juegos de la imaginación”.
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