En 1938, con motivo del ingreso de André Maurois a la Academia, una revista parisina le preguntó a Juan Carlos Onetti: ¿Cuál es el secreto de su éxito? En una oportunidad en la que otro hubiese dejado fluir largas páginas líricas, el ilustre escritor se limitó a contestar: “Muy simple. Yo he durado”.
Y todavía “le queda por delante la eternidad”, en opinión de Lichi, quien se confiesa lector y admirador del autor de Cuando ya no importe.
Sobre la escueta respuesta de Onetti a la revista parisina, el creador de Caracol Beach comenta a Crónica:
“Bellísima respuesta, propia de un genio. La genialidad no basta para ser un grande, pero no se puede ser un grande sin la genialidad”.
En efecto, fue esa genialidad que le permitió a Onetti (Montevideo, Uruguay, 1909-1994) fundar una literatura, una ciudad y una leyenda. La autenticidad de su escritura, pero también su desarraigo, la exploración del deseo y del fracaso, inauguraron una nueva cohesión literaria en las letras hispanoamericanas.
Encierro. La leyenda ubica a Onetti del lado de la noche, el alcohol y las mujeres, en una suerte de olimpo indiferente donde cultivó un rotundo desprecio hacia las formas domésticas de la sensibilidad.
Al respecto, Lichi comenta: “Estar del lado de la noche, el alcohol y las mujeres es también estar a favor de la vida —al menos de esa parte importantísima de la vida que hace las veces de vestíbulo de la muerte: morir de noche, con copas y por amor parece una estupenda despedida. Una despedida de caballero, con sombrerazo”.
Pero, alega el escritor de Informe contra mí mismo, “todo se complica cuando uno piensa que Onetti no era un romántico sino un escéptico, un ardoroso descreído. Tengo la impresión de que el viejo maestro había nacido en una fecha equivocada y también en un continente equivocado”.
Durante los últimos años de su vida y en particular durante su exilio en Madrid, en 1975, Onetti habitó el mundo de sus ficciones, destino final de un recorrido que lo llevó a ingresar en su propia obra como un personaje más, sin artificios literarios.
Lichi de nuevo: “Estoy totalmente de acuerdo, pero sospecho que Onetti no aprobaría esa tesis porque implica una voluntad de trascendencia que él nunca tuvo”.
Y reflexiona: “Onetti acabó siendo un personaje suyo, de acuerdo; sin embargo, lo que más me impresiona es que también terminó siendo su propio escritor, o dicho de otro modo: acabó siendo palabras, letras, su propio nombre”.
Pero un escritor rodeado de misterio. Su reclusión voluntaria en una cama, su hosquedad, su falta de compromisos con el mundo literario, contribuyeron a alimentar ese velo que lo rodeó toda su vida.
Desde que inició su carrera como escritor vivió fuera de este mundo, con el sueño cambiado, recluído en sus fantasías y llevando la misma vida que sus personajes. Algo semejante a su vida como exiliado de Uruguay, pero exiliado de todo y de todos.
El ríoplatense vivió en Santa María, Montevideo y Buenos Aires; para morir en una clínica de Madrid el 30 de Mayo de 1994, ciudad en la que pasó los últimos 19 años de su vida, enclaustrado los diez finales, sin salir prácticamente de su cama.
En 1993, la editorial Alfaguara publica la que será su última novela, Cuando ya no importe, que hará las veces de testamento literario. El texto revela soledad, hastío, frustración y pérdida de la fe.
TARDÍO. Onetti tardó bastante en llegar a ser Onetti; a convertirse en ese nombre que cubre una obra variada y dispersa pero de gran coherencia temática y estilística. Su primer libro, El pozo, se publica en 1939, cuando tenía 30 años.
En la década siguiente salen tres novelas más (Tierra de nadie, 1941; Para esta noche, 1943; La vida breve, 1950) y nueve textos breves, algunos de los cuales son realmente cuentos, otros apenas capítulos de novelas abandonadas, o páginas que en la revisión final de las publicadas fueron excluidas por el autor.
Onetti no sólo tardó en descubrir a Onetti; también hizo todo lo posible para que las etapas (sin duda difíciles) de ese descubrimiento quedaran obliteradas.
Lichi continúa sus reflexiones sobre Onetti:
“Toda dislocación temporal o espacial se paga con la amargura o la indiferencia. En todo caso, lo biográfico no sostiene su monumental obra literaria sino todo lo contrario: sobre el colchón de sus libros, duerme Onetti con absoluta, majestuosa, indiferencia.”
Y concluye que su legado es “el mar, las contaminaciones del alma, la soledad. La vida es un astillero o un pozo”, y cuando lo lee “encuentra a un hombre que se llama Montevideo”.
Frases célebres del autor
* Sinceridad
Lo más importante que tengo sobre mis libros es una sensación de sinceridad. De haber sido siempre Onetti. De no haber usado nunca ningún truco, como hacen los porteños, o hacían cuando había plata y se lustraban los zapatos dos veces al día. (A Juan Gelman)
* Montevideo
En los últimos tiempos sueño mucho, y casi exclusivamente con Montevideo y con personajes montevideanos, gente y lugares: bares donde tenía reuniones con damas, calles. Y tengo la ventaja de que a los pocos segundos de despertarme, el sueño se borra aunque me quede el recuerdo de que sí, soñé. Sí, tengo más sueños de Montevideo que de Buenos Aires. Ahora, claro, la última etapa de vida fue Montevideo, ¿no? (A Jorge Ruffinelli)
* Etapas
Hubo sí, una época en que intentamos, con impía insistencia, escribir cuentos y novelas. En la primera etapa de aquel tiempo adoptamos una posición, un estado de espíritu que se resumía en la frase o lema: aquél que no entienda es un idiota. Años después, una forma de serenidad —que tal vez pueda llamarse decadencia— nos obligó a modificar la fe, el lema que sintetiza: aquél que no logre hacerse entender es un idiota. (Reflexiones literarias)
* Indiferencia
A mis personajes se les podría calificar de existencialistas antes de Sartre. Mucha gente piensa , o lo dice, que yo soy una buena persona, un buen tipo. Y en realidad, lo que soy es un indiferente. Yo no puedo, por ejemplo, hacerle daño a alguien, porque no me interesa. No puedo tratar de trepar con los codos, porque no me interesa. ( A Magela Prego)
* Conclusión
Mi literatura es una literatura de bondad. El que no le ve es un burro. (A María Esther Gilio)
viernes, octubre 01, 2004
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